Azul. La Belleza de lo simple (La pérdida del ser querido)

 Muy por encima de «Blanco» y ligeramente superior a «Rojo» (aunque Irene Jacob trabaja muy bien, no tiene la prestancia de Juliette Binoche), es una película intimista llena de símbolos, que con silencios y música describe, una música, una lírica del dolor. Trata de una mujer que vivía para su marido, que sacrifica todo por él y que ese es su único interés, no la mueve ni la vanidad ni la notoriedad, era feliz con su marido y lo sacrificaba todo por él y su hija. Hipnotizados, se nos involucra en la tragedia de esa mujer de 33 años que pierde al marido –que conduce el coche- y a su única hija en un accidente de carretera, que pierde el sentido de la vida de modo que haberlos perdido le deja un vacío que no puede o no quiere llenar. Tras llegar a la conclusión de que las ataduras de la vida sólo pueden hacerte sufrir, decide deshacerse de todo lo que tiene, tanto de todos los recuerdos materiales como de cualquier cosa que pueda recordarle a su familia, desapareciendo de la vida pública para siempre. Se suele decir que sólo el que no tiene nada es verdaderamente libre, y ella quiere utilizar ese principio para seguir viviendo con el menor sufrimiento posible.

Juliette Binoche es buscada porque su marido era un famoso compositor que estaba terminando una sinfonía para celebrar en la Unión europea el nuevo milenio. Ella lucha por estar lo más sola posible, no necesitar a nadie, pero llega el momento en el que todos necesitamos a alguien y a ella le llega también ese momento. Durante la película averiguamos que el verdadero talento musical no era el del marido sino que ella era la compositora. Se nos habla de cómo las almas rotas se enfrentan de nuevo a la vida, bajo el signo de libertad que Kieslowski da al color azul de la bandera francesa: la que Julie va buscando cuando decide aprender a vivir de nuevo, y para ello liberarse de pasados, de recuerdos, de ataduras y de trampas. Y en ello se empeña aunque el destino la golpee una y otra vez recordándole su sufrimiento: pero ella sigue adelante. Hay algo por lo que no se atreve a suicidarse, algo misterioso la lleva a estar viva y descubrir un motivo para una vida nueva. Aquella vida por la que quería morir no era cierta. Conmueve profundamente sin obligar al llanto y, todo ello, sin apenas palabras: la luz con tono azul, el agua, la extraordinaria música y los ojos de la Binoche son los medios para ese precioso lenguaje.

La película investiga la compleja realidad de la libertad individual, y lo que causa el cambio no es algo positivo, sino el dolor de una mentira. Julie aspira a hacer tan grande como pueda su capacidad de vivir sin compromisos, ataduras, recuerdos, antiguas amistades, viejos objetos. Prescinde de lo que la puede condicionar y se sumerge en una vida independiente, solitaria y anónima. No trabaja, no cumple horarios y no busca nuevas amistades. Siente con dolor su vacío emocional (acaricia las imágenes de TV del funeral con la sombra de sus dedos). Vemos la profundidad de su soledad, la firmeza de su humanidad, la sinceridad de su compasión, la autenticidad de su solidaridad, su serena templanza y su disposición de ayudar a los demás. Es cuando casualmente descubre la infidelidad del marido que constata que ella sigue viva, acepta la mentira por la que vivía antes, y rectifica decisiones recientes. La libertad individual es un proceso de lucha y de conquista que ha de cambiar de estrategia cuando los referentes cambian. Y se encuentra enamorada de Olivier. Con notable generosidad atiende a las necesidades de sus criados y de su madre. Al descubrir que va a nacer un hijo natural de su marido, dispone todo como para el heredero. Continúa una inacabada partitura de su marido, se trata de un «Concierto para la unificación europea» cuya parte coral recoge el texto, en versión griega, del himno de San Pablo (capítulo 13 de la 1ª carta a los Corintios), donde se afirma que el amor (la caridad) sobrevivirá al tiempo: «Si no tengo caridad, no soy nada (…) La caridad nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada». Libertad para amar, titula Vicente Huerta otro comentario sobre el film (del anterior no tomé nota del autor). Juliette descubre que es una libertad sin sentido la que no va con amor, que es el que da sentido a cada vida personal, y la persona es un ser necesitado de sentido. Una libertad sin amor no es nada, como dice el himno de San Pablo (1 Cor 13). Es imposible vivir sin que nada importe: al final, siempre nos quedamos con algo. En el caso de la protagonista está esa lámpara azul de la que no quiere desprenderse, y la música, que no la abandona, por más que ella quiera deshacerse de las partituras. Consciente de que no puede liberarse plenamente del pasado (“libertad de”), va tomando, casi sin darse cuenta, decisiones (“libertad para”) que le permiten establecer encuentros y compromisos amorosos con el pasado y con nuevas relaciones: relación con Olivier, que siempre estuvo enamorado de ella, con la amante de su marido, que espera un hijo del compositor fallecido, etc. Acompañamos a Julie en su peculiar viaje interior desde ese estado oscuro y angustioso en el que se encuentra tras el accidente hasta encontrar el camino que le conduce a la plenitud y al amor. Es, sin duda, un itinerario doloroso, un calvario que Julie recorre doliente y desconcertada, al principio: confiada y segura, después. Poco a poco, va superando temores y angustias a la vez que su carácter se va fortaleciendo, asumiendo el reto de una nueva vida, que será creativa y fecunda en la medida en que asume también su pasado. Pero, sobre todo, lo que vemos es la valentía y la generosidad de una mujer que es capaz de rectificar. Vemos un ascenso desde los infiernos para aprender el verdadero significado de la libertad. Libremente –con una libertad superior y creativa perdona a la amante de su marido y se muestra espléndidamente generosa con ella. Libremente, asume la tarea de terminar el inacabado “Concierto para la unificación europea”. Libremente, aunque de un modo tan natural que parece lo más normal, como si no pudiera actuar de otra manera. Misteriosa “solidaridad” la que liga libertad y necesidad: “¡no puedo hacer otra cosa!” es a la vez el lamento del esclavo y el gozoso postulado del amante.

La autonomía, en las personas, puede entenderse en clave de independencia o en clave de autoposesión, en un sentido negativo (“libertad de”) o en un sentido positivo: “libertad para” coger las riendas de mi vida y conducirla hacia algo que valga la pena. Sería de desear que todos sepamos trascender la primera fase de la libertad, como hace la protagonista de este film, y miremos más allá de la libertad misma: hacia lo que esa libertad apunta. La libertad interesa porque hay algo más allá de la libertad misma, que la supera y marca su sentido: el bien, todo aquello que, por ser bueno, merece la pena que nos comprometamos. Así, entendemos que la libertad de una persona se mide por la calidad de sus vínculos: es más libre quien dispone de sí mismo de una manera más intensa. Ya no depende de lo exterior, de lo que pasa fuera, en el mundo, en los demás, sino de lo que uno quiere. Quien no se siente tan dueño de sí mismo como para decidir darse del todo porque le da la gana, en el fondo no es muy libre: está encadenado a lo pasajero, a lo trivial, al instante presente. Libertad y compromiso no se oponen, sino que se potencian. Para Kieslowski el tema importante era aprovechar las oportunidades que la vida te presentaba, era eso algo decisivo. Pocos como él han sabido filmar la música, captar los presentimientos (basta recordar La doble vida de Verónica), recoger el dolor interior, debatirse en las dudas existenciales; y hacer conectar al espectador con esas mismas emociones y participar en esos sentimientos.

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