El dolor puede ser la mejor medicina (La pérdida del ser querido Llucia Pou Sabate)

 Llorar una pena profunda, como la muerte de un familiar o el final de un amor, contribuye a hacer más fuerte a la persona y a enfrentarse con mayor decisión a las adversidades del día a día”, “en muchas ocasiones el llanto, la rabia, la adaptación de lo sucedido y una visión real pero optimista de la vida bastan para superar el bache”, dicen en el Congreso Nacional de Psiquiatría en Valencia 2008.

Las mujeres han perdido numerosos espacios de comunicación que históricamente les han servido para compartir angustias y sobrellevar su dolor (José Manuel Iglesias).

Los sentimientos reprimidos tienden a surgir y ensombrecer momentáneamente nuestra conducta afectiva; un fardo de sentimientos y heridas que quizá cuando nos sentimos amados surgen, cuando podemos ser nosotros mismos sin miedo.

 La psicología, aliada con las técnicas orientales, propone un modo de enfrentar la vida basado en aceptar con serenidad lo que no puede cambiarse, tener el valor para modificar lo que debería cambiarse y de sabiduría para distinguir entre ambos. Decía Bernstein: «creo que el más noble de los dones del hombre es su capacidad para cambiar».

Conviene fomentar la flexibilidad, adaptación, capacidad para vivir en la incertidumbre, tolerancia ante las frustraciones y muchas otras pericias para no caer en la versión patológica de la tristeza. La tristeza se puede adormecer con el consumismo, drogas y alcohol o de antidepresivos que actúan elevando los niveles de la serotonina natural, una sustancia que tiende a mejorar el estado de ánimo pero la parte más importante es lograr resurgir de una crisis aprovechando la oportunidad para crecer como persona. Con una alegría que proviene de nuestro interior nos ayuda a vivir con conciencia plena y atención al momento presente, que ayuda a obtener beneficios de tranquilidad, paz mental para aceptar las cosas como vienen, verlas como son realmente y no como parecen, darnos cuenta de que lo que parece permanente, en realidad no es.

Una vida consciente vive en el momento presente, observa sin enjuiciar ni reaccionar desabridamente, pues sabe que en gran parte la insatisfacción, tristeza y temores provienen de los pensamientos negativos sobre el pasado y el futuro. Aunque todo nos enriquece… En el ámbito de las emociones, por ejemplo, no deberíamos elegir la alegría y rechazar la tristeza sistemáticamente, pues para algo está.

No juzgar la experiencia como inadecuada en algún sentido, pues como el estiércol mezclada con la tierra sirve de abono para la vida nueva, todo sirve si se sabe aprovechar. Por tanto, nos conviene no cerrar los ojos como el avestruz y abandonar todo intento de hacer que las cosas sean diferentes: aceptar todo, que no es resignarse sino el primer paso para una respuesta inteligente. Y no preocuparse mucho por los pensamientos que nos vienen, que sólo son acontecimientos mentales y nos define menos que los hechos y las palabras. La persona se define por lo que hace en primer lugar (“por sus frutos los conoceréis”), luego por lo que dice y muy en tercer lugar por lo que piensa o siente…

Escoger la vida que tengo, ahí está la primera clave de mi vida. Luego, aceptar con severidad las cosas que no pueden cambiarse… cambiar lo que se pueda, y a trabajar

(Isabel S. Larramburu: www.isabel-larraburu.com/articles/article054.php).

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