Liturgia para los difuntos…

 La pérdida del ser querido

 

Caen las hojas secas, y las ilusiones de la vida en muchos, por la vejez. Hace casi 500 años, en Ávila muere Beatriz de Ahumada y mientras los sacerdotes terminan las ceremonias dice: “Teresa, que venga Teresa”. La niña de 12 años entra y le dice: “¡bendita, bendita!”, y expira. Teresa, llorando en su habitación, dice a la Virgen: “Señora, ya veis que no tengo Madre, sed vos en adelante Madre mía”. La Virgen nos acompaña siempre, y en el Avemaría rezamos por las dos palabras importantes: la vida que comienza con el nacimiento, el fruto del amor (“bendito el fruto de tu vientre”) y la muerte, el dolor (“ruega por nosotros pecadores… en la hora de nuestra muerte”). Y en otros momentos le pedimos de mil formas “no nos desampares ahora y en la hora de la muerte”.

Alrededor del altar la Iglesia recuerda a los hermanos que Dios llamó a su presencia. Desde el comienzo los cristianos han querido honrar a sus difuntos por medio de la Santa Misa. En efecto, en la Eucaristía renovamos incruentamente el sacrificio de la Cruz, es decir, se actualiza el momento en el que Cristo murió por nosotros. La muerte de Cristo es modelo, ejemplo y paradigma de la muerte de sus discípulos, un canto a la esperanza para sus seguidores, pues su muerte no es la conclusión de la vida, sino que se abre a la Resurrección. Hay algo más después de la muerte; la resurrección de Cristo nos abre las puertas a una vida sin ocaso al que todos estamos llamados. No un fin, sino un comienzo. Tampoco es la separación definitiva, sino una separación esperanzada, sabiendo que un día nos encontraremos con nuestros seres queridos. Quedó tan grabada esta realidad en la mente y vida de los primeros cristianos que incluso hubo un cambio de nombre en los enterramientos de sus difuntos. El mundo pagano denominaba necrópolis, los cristianos cementerio (dormitorios), porque ellos esperan, como en un sueño, el momento de su resurrección corporal. También ha quedado reflejado en la liturgia esa apertura a una vida futura:

– hay dolor, pero hay esperanza;

– hay muerte, pero hay una vida nueva (vita mutatur, non tollitur: la vida cambia, pero no acaba, dice el prefacio de difuntos);

– es el dies mortis, pero también es el dies natalis : el día de la muerte y el día del nacimiento (a la Vida);

– cuesta la separación, pero a la vez hay paz.

En Camino (de S. Josemaría Escrivá) se nos dice: “A los otros, la muerte les para y sobrecoge. A nosotros, la muerte -la Vida- nos anima y nos impulsa. Para ellos es el fin, para nosotros, el principio” (738). “¿Has visto, en una tarde triste de otoño, caer las hojas muertas? Así caen cada día las almas en la eternidad” (Camino, n. 736)… dan el salto a la vida eterna. Ello nos ha de hacer pensar y darnos cuenta de que un día, la hoja caída seré yo. Por eso hemos de vivir cada jornada que comienza como si fuera la última de nuestra vida.

Por ahí vemos que muchas personas andan por la vida sin temor a Dios y sin esperanza, sin pararse nunca a pensar en ese mundo, el definitivo, que se encuentra más allá de su visión exclusivamente humana. La meditación de los novísimos, nos ha de ayudar a rectificar la marcha de nuestro andar terreno, a aprovechar mejor el tiempo, a no dejarnos absorber por los cuidados y necesidades de la tierra, a no permitir que nuestro corazón se encharque con lo de aquí abajo, a fomentar el horror al pecado, y a sentir la urgencia de un apostolado constante más intenso, más descarado, más exigente. «Morir es una cosa buena ¿Cómo puede ser que haya quiénes tengan fe y, a la vez, miedo a la muerte?… Pero mientras el Señor te quiera mantener en la tierra, morir, para ti, es una cobardía. Vivir, vivir y padecer, y trabajar por Amor, eso es lo tuyo» (S. Josemaría, Forja 1037).

“El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto ayer. La duración de una vida es muy corta… Es corto el tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana; no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno” (id, Amigos de Dios 39). La muerte da una luz importante para vivir en el tiempo. De una parte vivir con intensidad el presente hoy, ahora,

 

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