Lo sagrado y el hecho religioso

 Pertenece intrínsecamente al hombre la apertura al absoluto. La religiosidad no es algo teórico sino eminentemente práctico, que no sólo significa en sus gestos simbólicos una actitud sino que realiza algo grande, ese encuentro con Dios, por eso el arrodillarse expresa adorar, enterrar muertos la fe en la inmortalidad…; en cambio, ver el fallecer como fin de trayecto, suena a fracaso, es algo deprimente, y para quien no cree todo acaba unos palmos bajo el suelo. Hace poco me decía uno que se declara ateo, que les hablara a sus hijos de una pregunta que le hacían sobre dónde iría él, cuando muriera… hablé a sus hijos del cielo, y al ver que ante la pregunta de la muerte, él prefería para sus hijos la respuesta de un sacerdote, le comenté: “lo que de verdad piensas no es lo que dices, sino lo que quieres explicar a tus hijos… o sea que no eres tan ateo como dices”. Para quien está abierto al más allá, hay un sabor de victoria, después de consumar una carrera. Y es muy importante ver la manera de tomarnos las cosas…

Cuando hay un “para qué” hacer las cosas, es más fácil el “cómo hacerlas”, y entonces ya no es masoquismo sufrir, si el sufrimiento tiene un sentido de amor. Entonces, cuando el amor lleva al sacrificio, el dolor –por ejemplo ante los seres queridos que han fallecido- adquiere un valor, no sólo como recuerdo, sino actualización del amor que no desaparece: me gusta repetir que el amor que no ha nacido para ser eterno no ha existido nunca. Esta memoria de los difuntos nos ayuda a portarnos mejor y así en los momentos de desfallecimiento el pensamiento puede ser: “¿qué le pondría contento a…?” y esto anima a luchar: “he de hacerlo por mí y por él, por ella…” se adquiere una madurez y sentido de responsabilidad. A aquellos niños que querían saber de dónde estaría su padre cuando muriera les recordé el diálogo de la película de “El Rey león” cuando el hijo le pregunta al león padre si estarán siempre juntos, y contesta él: “allá en las estrellas están los reyes que nos miran… cuando yo esté allí estaré mirándote, no te dejaré…”

Hay una comunicación entre los de aquí y los que han cruzado el río de la vida, y podemos ayudarles con nuestros esfuerzos y sacrificios (el sentido profundo de los sufragios por los difuntos) y ellos nos animan como espectadores que están viendo jugar un encuentro deportivo, están animando a nuestro partido, pues estamos corriendo en el campo y ellos desde la grada: “¡venga, ánimo… mete este gol!” Y volviendo al ejemplo de los dulces que se preparan en las fiestas, aquella sonrisa o detalle de servicio será un ingrediente para este manjar que se amasa con amor.

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