Dos artículos sacados de un libro cuyo título es la Unión con Dios con la aquiescencia de su
Oración
La oración es un arte divino, más que una técnica humana. Un arte en el que el artista es Dios; y el orante, barro de alfarero, informe, pero libre. La meta es vivir en Dios, más por don divino que por esfuerzo humano. Quien aspira a la unión con Dios entra en la dinámica del don: La contemplación es un don de Dios, el cielo es un don de Dios, la fe, la esperanza, la caridad son dones de Dios; nada que ver con el quietismo ni con el iluminismo: un dejarse llevar inactivo ante el don divino. Existe la libertad humana y la libertad divina que solo se concibe desde la metafísica, es decir, desde más allá de la física. La oración es sobre todo el operar del Espíritu en nuestra humanidad, para hacerse cargo de nuestra debilidad y transformándonos de hombres atados a la realidad material, a hombres espirituales (Benedicto XVI). El orante se coloca ante Dios y el Espíritu actúa con libertad divina. Entonces, «cuando dejamos operar en nosotros al Espíritu de Cristo, la relación con Dios se vuelve tan profunda que no puede ser afectada por ninguna realidad o situación»(Benedicto XVI). Para comprender mejor el misterio de la unión con Dios, es necesario empezar por explicar qué es la gracia y cómo actúa en combinación con la libertad humana. Si no se entiende bien este punto de partida, no es posible describir la unión intima entre Dios y el hombre. Si se insiste solo en la acción divina, se llega a una especie de panteísmo en el que el hombre desaparece en Dios (la unión sería absorción plena o quietismo). Y si se atiende solo a la acción humana la unión con Dios sería fruto de las fuerzas humanas y no de un don de Dios que eleva. San Agustín (llamado el doctor de la gracia), defiende la primacía del don de Dios. La gracia antecede, acompaña y consuma la acción humana.
La vida mística para el gran teólogo Arintero:
La vida mística es la intima vida que experimentan las almas justas, como animadas y poseídas del espíritu de Jesús, recibiendo cada vez mejor y sintiendo a veces claramente sus influjos -sabrosos y doloroso- y con ellos creciendo y progresando en unión y conformidad con el que es Cabeza, hasta quedar en él transformada.
La evolución mística entiende todo el proceso de formación, desarrollo y expansión de esa vida prodigiosa, hasta que se forme Cristo en nosotros y nos transformemos en su divina imagen.
Esa vida puede vivirse inconscientemente por la senda del ascesis (sendas de la santidad), pero también de una forma consciente, con cierta experiencia íntima de la misteriosa presencia vivificadora del Espíritu Santo. Es el caso de los místicos o contemplativos.
Son místicos por la experiencia que tienen de los misterios de Dios;
son contemplativos porque su modo de oración habitual suele ser la contemplación que el mismo Dios infunde amorosamente a quien quiere, cuando quiere y como quiere (Arintero, Evolución mística, Madrid, 1952, p. 17).
Enrique Cases: La unión con DIOS