Cuarta etapa del duelo: depresión y desolación, explayar el dolor

El sufrimiento es el síntoma de que hay un mal, como la fiebre es síntoma de una enfermedad
Llucià Pou SabatéLunes, 15 de enero de 2024, 08:56 h (CET)
La tercera etapa del duelo, la negociación, da a la psique el tiempo oportuno para adaptarse. Después de esos tratos, de pactos con el difunto o con Dios, por ejemplo desear haber muerto en lugar del otro, o cambiar la historia y volver atrás. Todo ello da lugar a otro paso, permite acercarse tanto a los sentimientos profundos de dolor, y el alma está ya preparada para hundirse en la tristeza, pues nos enfrentamos al presente. Es una etapa, la que se vive como la más horrible de todas, la etapa de la desolación. Me conecta con la impotencia ante lo que ha pasado: la pérdida de un ser querido. Y lo mismo con cualquier tipo de duelo (una relación amorosa u otra pérdida). No puedo hacer nada humanamente. Parece que esa fase de tristeza no pasará nunca. Pero es necesaria para la curación… Es un tiempo en el que no hay ganas de levantarse por la mañana, uno se encuentra como sin hacer pie en el mar de la vida, se está sin sentido de la existencia, sin ver que el día es soledado… así se pasan los días. Uno se ocupa de las cosas cotidianas sin ganas, sin poner atención, sin concentración…
Puede continuar en esta etapa el complejo de culpa, de no haber estado con la persona en el momento que tuvo aquel accidente, de no haber cambiado el plan cuando tenía que tomar aquel medio de transporte, o haberle acompañado cuando le asaltaron… la idea de cambiar el orden de las cosas, ante una tragedia, es una fantasía común, dice Elisabeth K-R, sobre todo en los casos en que ha habido una muerte por crimen.
La soledad y aislamiento marcan esta etapa, como vivía una mujer esos momentos: “El mundo se ha convertido en un desierto. Todo me parece insípido. Es sencillamente demasiado horrible no oír más su amada voz. ¿Cómo voy a vivir sin ni siquiera poder volver a cogerle de la mano otra vez? Todo se ha vuelto tedioso y sin sabor” (A. von Hildebrand, Cartas para el recuerdo).
En la espiritualidad cristiana, la Liturgia de los Siete Dolores de la Santa Virgen muestra una manera de asumir el sufrimiento y unirlo a ella, por la muerte de su hijo. En la Escritura hay expresiones de ese estado: “Dejadme, lloraré amargamente; no intentéis consolarme” (Is 22,4); y más aún, “porque tu sufrimiento es tan grande como el mar” (Lm 2,13). Y A. von Hildebrand se refiere a ellas: “Son palabras que todos estamos destinados a pronunciar cuando probamos el amargo cáliz del verdadero sufrimiento. ¡Qué bien puedo entenderte cuando dices que te odias a ti misma por todas las quejas que has pronunciado a lo largo de tu vida de casada cuando las cosas eran cansinas, difíciles o, simplemente, probatorias! Cuánta razón tienes al escribir: si al menos él estuviese aquí, entonces yo podría sobrellevar los pequeños problemas con el corazón alegre. ¿Cómo llevaré el pesado fardo de mi soledad? Tu reacción es normal. Todos tenemos tendencia a ofuscarnos por las dificultades pequeñas, sin darnos cuenta de lo triviales que son hasta que descubrimos las verdaderas cruces. Y, exceptuando la perspectiva sobrenatural de la vida, que nos hace ver que la mayor fuerte de dolor es que “el amor es tan poco amado” (San Francisco), la pérdida de un ser querido es uno de los mayores dolores humanos”.
El fantasma de la soledad aparece entonces con fuerza, el estar sin la otra persona, con los espacios que ahora quedaron vacíos. Se da una conexión con los propios vacíos interiores; conexión con la certeza de que se ha perdido algo definitivamente. No hay muchas cosas definitivas en el mundo, salvo la muerte. Es un darse cuenta de que las cosas no van a volver a ser como eran y no se sabe con certeza pronosticar de qué manera van a ser. Y hay una conciencia o visión oscura de todo, la sensación de ruina como una ciudad devastada después de una guerra, nada en pie, sólo escombros.Es el momento más duro del duelo, del camino de las lágrimas. Una etapa de tristeza, de falta de energía, de agobio doloroso y aplastante. Una depresión que lleva también a la inacción. Puede ser que haya desgana, el instinto de supervivencia está más adormecido pues algo se ha muerto en la persona.
Poder acompañar a una persona en esta etapa es tener con ella empatía con lo que le pasa, com-padecerse, que quiere decir «padecer-con» esa persona. Es lógico que así sea porque quien se ha muerto en realidad es este pedacito de la persona que de alguna manera llevaba adentro. Quienes pasan por esta etapa son carne de cañón para todo tipo de gurús que se aprovecha para sacarles dinero, pues quien está de duelo está sumamente vulnerable: se vuelve crédulo para cualquiera que les promete soluciones fáciles.
Cuando pasas por eso, te sientes solo. Hay un muro entre tú y los demás, aunque estés rodeado físicamente por gente. La única persona que podía ayudarte no está. Con quien te sentías acompañado. Pero sentirte solo después de una pérdida, es normal y saludable. ¿Cómo no entienden tus amistades que la pérdida te ha cerrado, que tu aislamiento esté acompañado de un silencio profundo? Eres una isla de tristeza en un mundo ya distinto, que no conoces. Una mujer que perdió marido e hijos en un accidente de coche se encerró en su casa, y al cabo de unos días fueron a verla sus amistades animándola a salir, pero les dijo: “dejadme en mi soledad. No pretendo que me entendáis. Volveré a vivir, pero aún no es el momento, ahora necesito estar sola”. Era un duelo con aislamiento, necesario para ella, distinto a otra persona. Pero es importante que ese aislamiento sea un escalón en el duelo, no se eternice porque sería entonces paralizante.
El aislamiento lleva consigo una ausencia de emociones, y es algo duro. Cuando sientes ira puedes chillar. Cuando sientes tristeza puedes llorar. Aquí no sientes nada. Es difícil poder compartir nada, pues es como una habitación sin puertas ni ventanas. Sin esperanza. Sin ver luz alguna. Más que los muros que aprisionan.
Así como el dolor muy grande puede provocar un coma, y las constantes vitales se concentran en lo esencial, porque no se puede afrontar un traumatismo grande, la tristeza puede ser tan grande que la persona se deprima, para centrarse en lo vital y no pensar en lo que no se es capaz de afrontar en ese momento.
La psicología y la respuesta humana al dolor emocional intenso es compleja y dan una relación entre el estrés emocional, la salud mental y la respuesta del cuerpo , y la depresión puede ser una de las formas en que el organismo responde a un trauma o una carga emocional abrumadora. Cuando una persona experimenta una tristeza o un dolor emocional profundo, su sistema nervioso y su cuerpo pueden activar respuestas de estrés que afectan a nivel biológico y psicológico. En algunos casos, esto puede llevar a cambios en la química cerebral y a la regulación de las emociones, lo que contribuye al desarrollo de la depresión. La depresión puede considerarse así, en parte, como una estrategia de afrontamiento adaptativa del cuerpo y la mente para manejar situaciones emocionales extremadamente difíciles. Al centrarse en lo esencial, como una especie de supervivencia emocional, la depresión puede actuar como una forma de protección psicológica.
Así, la depresión y la tristeza tienen un sentido. Es interesante salir cuando se pueda, pero respetando esos plazos. Puede ayudar una comida con amigos, un grupo de soporte, al ver a otros que están como uno, esto alivia.
Si voy donde vivió una persona que he perdido, es lógico que los olores me recuerden esa persona. Pero si esto me pasa en otros lugares o circunstancias, es una seudo imaginación, que no es una alucinación: al igual que en el ordenador hay librerías de programas y datos, así nosotros tenemos librerías de olores y sabores, y en algún caso podemos oler o escuchar o saborear algo no presente, que solo está en nuestra memoria: yo sé que lo que estoy percibiendo no es, pero lo estoy percibiendo. Uno tiene la sensación, aunque sabe que es su cabeza la que está haciendo la trampa. Es muy fuerte pasar por estos momentos y muchos llegan a asustarse. Lo malo de esta etapa de desolación es que es desesperante, dolorosa, inmanejable.
Esto puede ayudar a comprender cómo funcionan algunas funciones sensoriales y cognitivas en los humanos. En nuestro cerebro, almacenamos recuerdos de experiencias pasadas, incluidas aquellas asociadas con olores, sabores y otros estímulos sensoriales. Estos recuerdos están almacenados en diferentes áreas del cerebro, como el hipocampo y la amígdala. Cuando experimentamos un olor o sabor, nuestro cerebro busca en estas «librerías» de recuerdos para intentar reconocer la sensación actual en función de experiencias pasadas. Esta capacidad nos permite recordar y asociar diferentes olores y sabores con eventos, lugares o emociones específicas. Además, es posible que, en ciertas circunstancias, recordemos olores, sabores u otros estímulos sensoriales sin estar físicamente presentes. Este fenómeno se conoce como «memoria sensorial» y destaca la capacidad del cerebro para recrear o evocar experiencias sensoriales almacenadas en la memoria. La conexión entre la memoria y los sentidos es compleja, y a menudo se da por asociaciones emocionales o experiencias significativas. Por ejemplo, el olor de una comida específica puede evocar recuerdos de eventos familiares felices, o el aroma de una flor puede recordarnos a un ser querido. En resumen, nuestras experiencias sensoriales y sus recuerdos asociados están interconectados en el cerebro de una manera que nos permite recordar y disfrutar de olores, sabores y otros estímulos incluso cuando no están físicamente presentes. Esta capacidad es una parte fascinante de la complejidad de la memoria humana y la forma en que percibimos el mundo que nos rodea.
Estos recuerdos pueden ser también dolorosos… Pueden durar meses… nos fijamos en aquel lugar vacío, en la iglesia y en la mesa, lo recordamos ante el amigo íntimo y en aquel lugar común, y el dolor nos vuelve a atacar. Hemos de admitir y aceptar esos recuerdos. Necesitamos encontrar alguien que comparta, que escuche nuestras penas de manera compasiva y comprensiva. Es bueno hablar libremente de nuestro dolor de vez en cuando, exteriorizar nuestros sentimientos.Corremos también el riesgo de conservar exclusivamente los buenos recuerdos del difunto hasta convertirlo en un ídolo. Es bueno recordarlo como era, con virtudes y defectos, y quererlo así, como era, tal como lo hemos vivido como experiencia. Para vivir esta nueva situación, sin él, sin ella visiblemente a nuestro lado, es necesario dar este paso, aclarar nuestros recuerdos, y compartirlos con las personas con quienes tenemos confianza.
La ayuda de los amigos en el duelo
Muchos quieren ayudar, sacar a una persona así de su depresión. Pero si bien en los primeros momentos era bueno ayudarla a hacer otras cosas, pasear y hacer viajes, estar entretenida, esa persona necesita ahora tener ese duelo, esa tristeza… es una respuesta normal. Y si el duelo es un camino de curación, esa depresión es necesaria para el camino. La psicología positiva tiene razón en muchas cosas, pero hay que dejar que la tristeza anide –el tiempo suficiente- en el alma, como todas las cosas naturales tiene su misión, para la reconstrucción afectiva. Porque salir de una depresión así no es posible, no hay una puerta de salida en medio de un huracán… mejor es invitar a la depresión –sigue diciendo Elisabeth K-R- a ser nuestra invitada, dejar que haga su papel, mirar esa situación nuestra desde fuera, y no podemos olvidar esta furia del huracán hasta que haga su camino… la mejor manera de superar la tempestad es atravesarla. Hay mucha controversia sobre el uso de fármacos, pero su uso temporal –pues como un resfriado, es una enfermedad pasajera- no quita el dolor del duelo, que sigue su curso. Un especialista puede aconsejar esos medicamentos, pero hay más aspectos útiles para que no se alargue demasiado la tristeza, como otros tipos de soporte humano, de afecto. Estar al lado de quien sufre, ofreciéndole la amistad, sin querer que se fije en aspectos negativos sino simplemente acompañándola en esos momentos de dolor. Tiene que tener la posibilidad de vivir esa pena, de no levantarse de la cama, de estar sin ocuparse de nada.
Sin duda, son muy importantes los amigos, los que permanecen a nuestro lado en esos momentos. “Un amigo es alguien en quien puedes confiar incondicionalmente. Un amigo es alguien con quien puedes contar en los tiempos de necesidad. Un amigo es un rayo de sol en tu vida. Un amigo es alguien que ama a quien tú amas. Un amigo es alguien que está de luto cuando tú estás de luto. Un amigo es alguien que comparte tus alegrías y tus penas”, dice A. von Hildebrand, quien sigue diciendo: “¿qué puedo decirte, salvo que estoy contigo, que rezo contigo, que lloro contigo? Ahora estás en el Calvario. Abraza amorosamente los pies de nuestro Salvador, que murió por nosotros, y contempla a la más santa de todas las criaturas, María, quien permaneció al pie de la Cruz, crucificada con su Hijo, sufriendo hasta la muerte con Él y, sin embargo, entera (…) Sé que tu inmensa pena te aísla, porque hay cosas que uno debe llevar en soledad. Sin embargo, de alguna misteriosa manera sabrás que este inmenso y vacío dolor te acerca a aquellos que conocen el valor del sufrimiento amorosamente aceptado”. Puede haber consejos y comentarios que serán oportunos por lo general, aunque lo que vale siempre es lo dicho de “estar ahí, como amigo”, a disposición. Y añade poco después: “Mi mayor preocupación ahora es llegar a tu corazón doliente haciéndote saber cuánto te quiero y cómo te entiendo”.
Pero hay que estar al lado sin interferir en esos momentos, que son de tristeza… Billy era un niño que sufría porque su madre estaba muriéndose. Pasaba el día sentado en la escalera de acceso a su casa. Pasó una mujer con su marido en unidad de cuidados intensivos, y comenzaron a estar juntos, en silencio, pero juntos, en la escalera. Vivieron un aislamiento, con un punto de conexión. Ese punto en común de soledad y tragedia los unió en una amistad. En muchos casos, no se quiere participar a otros de esa vulnerabilidad que acompaña un aislamiento, pensando que los demás no pueden entendernos.
Elisabeth K-R propone estos puntos, si uno quiere salir de un aislamiento: llamar a un amigo y pedirle sugerencias y compañía; introducir alguna actividad que nos guste como pintar, jardinería o caminar. La naturaleza cura las almas, a su modo. Los grupos de apoyo ayudan, como también, especialmente a los que no están dispuestos a ellos, acudir a un terapeuta adecuado. Si ya estás dispuesto a acudir al mundo exterior, siéntate al final de un grupo o de una clase, y mira qué tal te va. Te parecerá algo forzado al inicio.
La desolación y desconcierto ante el sufrimiento
La depresión, al reducir la velocidad de la vida, permite hacer inventario de lo ocurrido y de la pérdida. Permite una reconstrucción personal desde los cimientos. Desbroza el terreno para poder plantar de nuevo.
Vayamos al fondo de la cuestión: ¿Se debe necesariamente sufrir?, ¿el dolor es inevitable?: es algo que «no somos capaces de entender», dice C. S. Lewis que en cualquier caso «Dios nos hace daño solamente por nuestro bien», pero en realidad la voluntad divina es un tema complejo pues dentro del tiempo no entendemos casi nada de lo referente al sufrimiento, solamente que detrás de todo hay una razón de bien. Se ha atribuido a Dios todo lo que pasa, tanto si son buenas como si son  enfermedades o desgracias, incluso se ha visto como una forma de castigar, pero cuando lo plantean a Jesús él dice que no es así, simplemente añade que “es para que se manifieste la gloria de Dios”, es decir que de aquello saldrá un bien, pero no dice como… Theilard de Chardin decía que Dios hace las leyes del universo y las deja actuad, y en este sentido deja que pasen las circunstancias diversas o las consecuencias de la libertad, pero no lo dejaría si no sacara de aquello –sea lo que sea- un bien. A nosotros se nos pide estar abiertos al amor, y a veces atisbamos las cosas como Él las ve, pero pocas veces. Aguantar es la única actitud ante el dolor, pero se lleva mejor cuando intuimos un sentido en la esperanza de que se nos revelará el “por qué” más tarde.
C. S. Lewis, en Una pena observada, añade: «Más de una vez tendremos aquella impresión que no logro describir más que como una risa sofocada en la oscuridad. La sensación de que una simplicidad apabullante y desintegradora es la verdadera respuesta»: cuando la vida parece absurda, en medio de la profunda soledad sufriente, hay «una forma especial de decir: no hay respuesta. No es la puerta cerrada. Es más bien como una mirada silenciosa y en realidad no exenta de compasión.Como si Dios moviese la cabeza, no a manera de rechazo sino esquivando la cuestión. Como diciendo: ‘Cállate, hijo, que no entiendes’»… Tenemos un conocimiento experiencia, en el momento de pasar por esos trances, vemos que no estamos solos, experimentamos una relación con lo alto.
Recuerdo que en la película Matrix aparecen unos códigos difíciles de descifrar, como una lengua no se entiende hasta que vemos el sentido de las palabras; así pasa con el sufrimiento, no encontramos sentido aunque la esperanza nos anima a fiarnos de que aquello no es un absurdo. La fe es como un diccionario, que nos abre el sentido del sufrimiento, el lenguaje del dolor nos permite no verlo ya como un mal. El sufrimiento es el síntoma de que hay un mal, como la fiebre es síntoma de una enfermedad. El mal no es la palabra definitiva sino que nos permite para sacar de ahí un bien mayor, por caminos que muchas veces nos resultan incomprensibles.
En cualquier caso, poco a poco, se puede pasar a la siguiente fase: de un no ver nada claro a ir dejando que la confianza vaya entrando en el alma; y poder decir con Lewis que “mi pensamiento, cuando se vuelve hacia Dios, ya no se encuentra con aquella puerta de cerrojo echado…” Cuanto más negra es la noche, amanece Dios…

Gestión del duelo

Publicado en diariosigloxxi.com
El desconcierto y la ira son las fases previas a la depresión, pero también eso va cediendo lugar a esa vuelta a empezar
Llucià Pou SabatéJueves, 30 de noviembre de 2023, 10:43 h (CET)

En nuestra interioridad más profunda, espiritualmente, el duelo toca hondo. Aparecen preguntas, sobre a dónde va a quien queríamos y que nos ha dejado, cómo y de qué modo volveremos a encontrarnos con él, con ella. Hay unas fases de ese duelo, primero de caída y luego de resurrección en los sentimientos: un resurgir más tarde, cuando podemos llegar a sentir la presencia de quien nos dejó, algo así como un ángel que nos cuida.
Uno de los principales indicadores de que el duelo ha finalizado es poder pensar en el difunto sin dolor: sin llorar, sin opresión… se recupera el interés por la vida, se siente más esperanza, se experimenta gratificación de nuevo en las cosas que gustan, va apareciendo la adaptación a los nuevos modos de vida.
También aparece una mayor comprensión de la realidad, sin el colapso que hubo en los sentimientos. El consuelo puede llegar por muchos caminos… “En una ocasión, dice el Dr. Viktor Frankl, un viejo doctor en medicina general me consultó sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quién él había amado por encima de todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle? Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta: -«¿Qué hubiera sucedido, doctor, si usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?» -«¡Oh!, dijo, ¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!» A lo que repliqué: «Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte». No dijo nada, pero me tomó de la mano y, quedamente, abandonó mi despacho”.
Y el duelo no sólo aparece con la muerte, sino también al sufrir la enfermedad (tanto física como de la mente, la angustia y el dolor interno, soledad…); el mal de amor con el amor imposible, o no correspondido, o que se pierde…Todos ellos son tipos de pérdida y en cierto modo de duelo: se quiere alguien(o algo) y hay una separación, tanto si alguien se muere (o enferma) como cuando la puerta se cierra a las espaldas de uno, hay un rechazo. Para muchos, es muy duro el despido del trabajo y la falta de oportunidades en el actual sistema económico…
Estos duelos son traumáticos, un cambio fuerte como el que tiene un niño a la salida del útero para enfrentarse al mundo, así a veces sufrimos cambios de ambiente muy fuertes. Pero entonces hay, junto a la pérdida o añoranza, una creatividad que con fuerza divina resurge en el interior, y aunque surjan dudas, temor o ira, va haciendo esa persona un nuevo proyecto con sus ilusiones y decisiones.
El miedo, ira o angustia ante la separación, son los sentimientos que hay que asimilar, como electricidad estática hay que descargar adecuadamente porque si se hace “explotando” puede descargarse violentamente con los demás. El desconcierto y la ira son las fases previas a la depresión, pero también eso va cediendo lugar a esa vuelta a empezar…
El dolor por los inocentessin duda es otro tipo de pérdida, por lo menos de una sensación de racionalidad en todo, pues nos plantea ¿cómo Dios permite esto? Las preguntas que nos llevan a la profundidad del misterio del mal y del pecado muestran la vulnerabilidad de nuestro pensamiento y el poco alcance que tiene. Y ello va de la mano de cierta impotencia divina ante lo malo, aparente sin duda, pero vemos la vulnerabilidad de quien debería ser Todopoderoso, y contemplar el dolor de Dioscomo el Padre del hijo pródigo, que sufre, contemplar el amor divino manifestado en el dolor de Cristo en la Cruz, todo eso sonverdades que nos hacen dejar de lado el pensamiento débil y confiar, mirar la cruz como camino a la compasión y liberación de todo mal.Y descubrimos que quizá de algún modo el mal esté permitido para que demos lo mejor de nosotros mismos y lo venzamos con la abundancia de bien. La salida del dolor pasa por dar consuelo a los demás; los dolores de la Virgen Santísima nos hablan del consuelo de la Madre, de cómo una madre sufre con paciencia esperando aquello que servirá para que por caminos desconocidos se hagan nuevas todas las cosas…
Así, en medio de la noche oscura, se va viendo la luz. Una cualidad de ese paso oscuro es que vamos abriéndonos a los misterios que no se ven, al mundo de los sueños y nos abrimos a otras formas de conciencia, sentimos estar cerca de seres en otras dimensiones, como los seres queridos que ya no están entre nosotros y los ángeles (hay quien los llama hadas y duendes). Esas conexiones misteriosas nos ayudan a dejar de lado la ira y los miedos con los que hemos ido cargando nuestras mochilas. El resentimiento y la negatividad que nos acechan, toda esa frialdad, se va deshaciendo al calor de ese amor que sentimos cerca. La compañía de esos seres invisibles nos ayuda a sortearlos escollos en el navegar, para avanzar en el amor, tener un gozo consiguiente, manejar tanto los éxtasis como las agonías, lo arrebatos como el tedio, pues ciertas intuiciones aunque fugaces nos iluminan la vida, vemos que todo está llevado por la ley del amor, y que ciertos recuerdos nos hacen ver que venimos de Dios y a Dios volvemos.
Aparece una visión de la realidad que ya no está absolutizada por lo negativo, sino que encontramos un cierto equilibrio: vemos que el camino de la vida tiene pérdidas pero también encuentros, penas y alegrías, cruz y cara. Es agonía y éxtasis, camino de lágrimas y sonrisas. Con cierta emoción descubrimos un niño interior que nosanima a confiar en las manos de nuestro padre Dios que nos lleva de la mano, que nos socorre cuando caemos, que hemos de dejar ciertos mecanismos de querer controlarlo todo que nos esclavizan. El niño que llevamos dentro nos hace ver que si llegan las dificultades, son para nuestro crecimiento, ¡benditas sean!, que se convertirán en oportunidades. Que todo suma y refuerza nuestra energía vital, esa fuerza positivaque nos lleva a esforzarnos para construir un mundo mejor. 

Duelo: etapas y tipos. Moodle: La perdida del ser querido

El duelo normal. Parálisis 1. Incredulidad – Negación – Confusión – Llanto explosivo. 2. Regresión – Berrinche – Desesperación. 3. Furia – Con el causante de la muerte – Con el muerto por abandono. 4. Culpa – Por no haberlo podido salvar – Por lo que no hicimos – Impotencia – Desasosiego. 5. Desolación – Seudoalucinaciones – Idealización – Idea de ruina. 6. Fecundidad – Acción dedicada – Acción inspirada. 7. Aceptación – Discriminación – Interiorización.

Después del recorrido. “En medio de este atolladero de angustia encontré la fuerza para luchar y salir adelante. Quizás me di cuenta de que mi esposa no hubiese querido verme así. Algo me hizo aferrarme a la vida y al amor” (Williard Kohn). Supongo que hay algunas cicatrices más memoriosas que duelen para siempre. Pensar que alguien puede terminar de elaborar el duelo de un ser querido en menos de un año es difícil, si no mentiroso. El primer mes es terrible, los primeros seis meses son muy difíciles, el primer año es bastante complicado y después empieza a hacerse más suave. No hay que olvidar que si he vivido casi toda mi vida reciente sabiendo que otro existía, vivir el duelo de su ausencia implica empezar una nueva historia. Y esto tiene que ver con el habernos alejado de los ritos. Los ritos están diseñados para el aprendizaje y la adaptación del hombre a diferentes cosas. Entre ellas, para que el individuo acepte la muerte y acepte la elaboración del duelo. Los ritos tienen que ver con la función de aceptar que el muerto está muerto y con la legitimación de expresar públicamente el dolor, lo cual, como vimos, es importantísimo para el proceso. Los ritos, aprendí, son importantes. Las costumbres populares, las tradiciones, protegen esos ritos.

El duelo patológico: el duelo de las heridas que nunca cicatrizan. En el hospital uno ve hombres y mujeres que vienen con heridas que tienen dos o tres años, y uno no entiende por qué pero pregunta y descubre lo que pasa: cada vez que llegan a la casa se arrancan la cascarita, porque les molesta, porque les pica, porque queda fea. Y vuelven a empezar. No hay que rascarse, hay que animarse a vivir el dolor de la etapa de la tristeza desolada y dejar que el río fluya confiando en que somos lo suficientemente fuertes para soportar el enorme dolor de la pena.

Tipos de duelo: La muerte es algo natural, incontrastable e inevitable. Hemos manifestado permanentemente la inequívoca tenencia a hacer a un lado la muerte, e eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el silencio. En el fondo nadie cree en su propia muerte. (Vamos a repasar varios tipos de duelo, en el primero pondré el consuelo de la Eucaristía. En otro folleto me extenderé sobre la consideración de la esperanza y las verdades eternas). En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad. Y cuando muere alguien querido, próximo, sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces. No nos dejamos consolar y hasta donde podemos nos negamos a sustituir al que perdimos. Ante el dolor de la muerte de una persona querida, sobre todo si es joven, algo tan inesperado, no lo entendemos, y vemos que no podemos hacer nada. Entonces, sentimos la necesidad de rezar. Dios pone en nuestras almas este sentimiento, esta necesidad. Del más allá sabemos lo que Jesús nos ha dicho: “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí vivirá”. La muerte del cristiano es una participación en la muerte de Jesús. Que Jesús haya muerto en la Cruz es la prueba de que no nos deja solos en el sufrimiento, y que Jesús haya resucitado es prueba de nuestra resurrección.

El amor humano nos hace entender el amor de Dios, un amor que ha de ser eterno. Cuando un ser amado nos ha dejado sabemos que el amor no acaba con la muerte, el amor es más fuerte que la muerte, y hoy le decimos: “hasta pronto”. Para él, la muerte ha sido un cerrar los ojos a la tierra y abrirlos a la vida eterna, un nacimiento nuevo. Para nosotros, un no verle pero saber que está en Dios, y en la Misa podemos encontrar a los que están en el Señor, pues aquí está el Señor. A veces, puede entrarnos miedo al pensar en la muerte. Hemos de llenarnos de esperanza. Mirad que un acto de contrición, un acto de amor, una petición de perdón, Dios lo valora inmensamente: Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino, le dijo el buen ladrón a Jesús, su respuesta inmediata fue: ¡en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso! es evidente que Dios quiere que aprendamos la lección. El fruto de esta Eucaristía que aplicamos por el alma de los difuntos para que alcance el descanso eterno, está indisolublemente ligado al gran bien de un profundo cambio de vida en mi y en cada una de vosotros: un cambio interior y exterior: Un cambio de planteamientos, de objetivos, de horizontes vitales, de costumbres, de diversiones, … Jesucristo tuvo palabras muy duras para los judíos de su tierra: ‘Mirando no veis y escuchando no entendéis… ‘viviendo tan cerca de Él, fueron tan frívolos, tan vulgares, tan superficiales que no supieron descubrir ni tan siquiera a un Hombre de bien, no sólo no le reconocieron como Dios sino que le condenaron a muerte.

El suicidio. Por más que lo intentas, nunca conseguís entender las razones que lo llevaron a tu ser querido a quitarse la vida. El suicidio deja siempre detrás de sí muchas preguntas.

Es natural sentir mucha rabia y enfado hacia la persona que se suicidó. Si cuando se muere te enojas con el difunto aunque haya muerto en un accidente, cuánto más te enojarás cuando él o ella decidieron morirse.

Creo que si el suicida supiera el daño que produce en la familia cercana, sobre todo en los hijos cuando los hay, no se suicidaría. Si de verdad uno supiera lo que los hijos irremediablemente piensan cuando su padre o madre se suicida: «Ni siquiera por mí. Ni siquiera yo era una buena razón. Ni siquiera pensó en mí». Y esto es muy doloroso para sustentar después la propia autoestima. Me parece que esto confirma que el que se suicida no puede pensar con cordura en ese momento. Es un mártir de su enfermedad, decía el sacerdote ante la muerte de una persona que se tiró por la ventana pensando en que era mala, y era buenísima, en esos momentos, me decía un psiquiatra, todos los casos que había conocido sólo podían captar el descanso. Así se explica que hagan cosas raras como aquella madre que dejó todo limpio y los niños bien dormidos, antes de irse de casa y matarse. No captan la realidad, sólo la necesidad de liberarse de la situación de agobio, y buscan un descanso, una liberación de su angustia, sin pensar en las consecuencias que tiene eso para los que le rodean, que necesitan de su presencia.

Duelo por viudez (la muerte de la compañera le había roto el corazón… literalmente). Cuando la realidad conocida se rompe, lo seguro y ordenado se vuelve caótico. El mundo parece hostil y nada puede aliviar la incertidumbre y la inseguridad. Y cuando la responsabilidad de mantener el provisorio orden ahora compartida con otro que ya no está, aparecen la desesperación y el vacío.

Lista de cambios (dolor): Muerte del cónyuge 100; Condena en la cárcel 91; Muerte de un hijo 83; Divorcio 80.

Cuando un hijo se muere y la pareja se mantiene unida, hay dos a los que les está pasando lo mismo, hay alguien que puede comprender lo que nos pasa. En cambio cuando la pareja es la que muere, a nadie, repito, a nadie, le está pasando lo mismo, estamos verdaderamente solos en nuestro dolor. Con frecuencia el que sobrevive muere poco después.

Dicen los viudos y las viudas: «El dolor de la pérdida de la pareja desgarra y uno se pregunta cómo seguir viviendo». «El silencio hiere los oídos, el hogar se convierte sólo en una casa». «El llanto y la rabia se vuelven tu diaria compañía». «No podes definir si sentís pena por el que se fue o por vos mismo». «¿Cómo seguir respirando, caminando, haciendo lo cotidiano sin ella?». «¿Mi capacidad de amar podría seguir existiendo?». «Uno se siente como una baraja de naipes arrojada al aire». Hay que luchar por rehacerse…

Un hombre que pierde a su mujer puede sentirse desconsolado, pero difícilmente desamparado porque las mujeres estructuran su subjetividad en torno a los vínculos, mientras que los hombres la construyen en torno de su trabajo.

«Yo soy yo y todos aquellos a quienes amo». La persona que murió no se pierde, porque es interiorizada emocionalmente. Lo que queda vacante es el lugar de los roles que ocupaba. «Cuando murió mi esposa viví su muerte como un terremoto. Fui perdiendo de a poco a todos mis amigos. No sabía cómo se pagaba la luz, dónde se compraba la fruta ni cómo se conseguía la leche. Mis hijos me trataban como si fuera un inútil.

Un día los junté a todos y les dije: «Un momento, me quedé viudo, no descerebrado». Ese día todo empezó a retomar su rumbo.

Después de la muerte de tu pareja es muy difícil permitirse una nueva relación. No es indispensable hacerlo pero es importante saber que es posible.

Pérdida de un hijo: cuenta E. Rojas: “La trascendencia es lo que te permite mirar por sobreelevación. Hay una perspectiva inmediata y otra mediata. La reacción inmediata ante la muerte de mi hijo Quique, es sentirse partido por la mitad. Mi mujer, sin exagerar, estuvo un año llorando” (Olaizola, Más allá de la muerte, p. 82). Mientras él ve la situación global, ella percibe cada detalle de la realidad. Mientras él piensa qué hacer ella actúa intuitivamente, mientras él es lógico ella se vuelve cada vez más sensible. Mientras él se pelea con el adentro, ella se enfrenta con el afuera. Mientras él solamente suspira ella se anima a llorar. Y entonces frente a la muerte de un hijo muchas veces sucede que: Ella necesita hablar sobre la muerte y vuelve sobre los detalles. Él se siente incómodo con el tema y preferiría no hablar más sobre el asunto. Ella no consigue empezar a adaptarse a los 18 o 24 meses. Él empieza a acomodar su vida a los seis u ocho meses. Ella siente deseos frecuentes de visitar la tumba. Él prefiere no volver a pisar el cementerio. Ella lee libros, escucha conferencias o asiste a grupos. Él se refugia en el trabajo, su hobby o las tareas de la casa. Ella no tiene prácticamente ningún deseo sexual. Él quiere hacer el amor para buscar un mejor encuentro. Ella sabe que su vida ha cambiado para siempre. Él quisiera que ella vuelva a ser la de antes. Mantener la pareja unida es, pues, todo un desafío. Vuelvo a E. Rojas: “Como psiquiatra, acostumbrado a contemplar el sufrimiento ajeno desde dentro, a través de esos representantes que son la depresión, la ansiedad, la inseguridad, los complejos y tantas cosas más, vuelvo a lo esencial: la necesidad de tener puntos de referencia claros. Y ahí cobran especial relieve las creencias. Las ideas van y vienen, se mueven dentro de nosotros, mientras que las creencias son la tierra firme y sólida donde nos apoyamos. El que no tiene creencias va flotando por la vida sin asidero” (ibid, p. 87). Es importante mantenerse lo más unidos posibles, sin asfixiar ni colgarse de la compañía del otro. Es imprescindible aprender a poner en palabras lo que está pasando para ayudarse mutuamente, porque es casi imposible pasar por este dolor y sobrellevar esta situación sin tu pareja.

Ideas de que el otro es de alguna manera responsable de la muerte. Sentimientos de impaciencia e irritabilidad hacia el otro. Falta de sincronicidad en los momentos de mayor dolor o las recaídas. Falta de coincidencia en las necesidades sexuales.

Después de enunciar todas estas diferencias y dificultades es fácil entender por qué una de cada cuatro parejas termina separándose.

Es imprescindible alejarse todo lo que se pueda de la gente desubicada que quiere «ayudar» en este momento tan difícil. Porque la mayoría de los conocidos o familiares cercanos no tiene ni idea de qué hacer con este tema y dice pavadas porque cree pavadas.

Pero hay que comparar el dolor con un préstamo.

Debemos devolver el préstamo algún día. Entre más tardemos en hacerlo, más altos serán los intereses y las multas. Nadie tiene mala intencionalidad, pero los que te quieren, que no soportan verte sufrir, son capaces de sugerir para solucionar la amenaza a SU integridad que representa tu dolor: «Que otro hijo es la solución a tu dolor.» «Que necesitas olvidar a tu hijo y seguir con tu vida.» «Que tienes que sacar las fotos de tu hijo de tu casa.» «Que hay que pensar en otras cosas». Lo cierto es que nada saben de lo que nos pasa. Quizás por eso la elaboración del duelo por la muerte de un hijo es el evento más solitario y más aislante en la vida de una persona ¿Cómo puede entender alguien que no ha pasado por lo mismo, la profundidad de este dolor? Muchos padres dicen que los amigos se convierten en extraños y muchos extraños se convierten en amigos. Lo mejor para hacer es aceptar la profundidad del dolor como la reacción normal de la experiencia más difícil que una persona puede vivir. Los grupos de apoyo o de autoayuda son un paraíso seguro para que los padres que han perdido un hijo compartan lo más profundo de su pena con otros que han pasado por los mismos sentimientos. Muchos grupos de apoyo están llenos de personas fuertes y comprensivas dedicadas a ayudar a padres que sufren la pérdida de su hijo para que encuentren esperanza y paz en sus vidas. En estos grupos los padres aprenden a saber que no están enloqueciendo. A sentirse solidarios en un todo con lo sucedido. A aceptar que les pasa lo mismo que a muchos otros. A compartir el duelo con autenticidad basado en el amor por su pareja y en el sincero cariño que sentían por quien hoy no está.

Pérdida de un embarazo. «Sólo hay una cosa que me puedo imaginar más terrible que la muerte de mi hijo: No haberlo siquiera conocido.» Cuentan que había una vez un señor que padecía lo peor que le puede pasar a un ser humano: su hijo había muerto. Desde la muerte y durante años no podía dormir. Lloraba y lloraba hasta que amanecía. Un día, cuenta el cuento, aparece un ángel en su sueño. Le dice: – Basta ya. – Es que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más. El ángel le dice: -¿Lo quieres ver? Entonces lo agarra de la mano y los sube al cielo. – Ahora lo vas a ver, quédate acá. Por una acera enorme empieza a pasar un montón de chicos, vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las manos, como uno se imagina el cielo con los angelitos. El hombre dice: -¿Quiénes son? Y el ángel responde: – Estos son todos los chicos que han muerto en estos años y todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son puros… – ¿Mi hijo está entre ellos? -Sí, ahora lo vas a ver. Y pasan cientos y cientos de niños. – Ahí viene -avisa el ángel. Y el hombre lo ve. Radiante como lo recordaba. Pero hay algo que lo conmueve: entre todos es el único chico que tiene la vela apagada y él siente una enorme pena y una terrible congoja por su hijo. En ese momento el chico lo ve, viene corriendo y se abraza con él. Él lo abraza con fuerza y le dice: – Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz?, ¿no encienden tu vela como a los demás? – Sí, claro papá, cada mañana encienden mi vela igual que la de todos, pero ¿sabes lo que pasa?, cada noche tus lágrimas apagan la mía. Así, ellos están contentos si seguimos luchando, con alegría, dándonos a los demás, viviendo.

25. Ayudar a otros a recorrer el camino. Sin embargo, a pesar de esta certeza, podemos observar los siguientes datos: 90% de las personas sufren trastornos del sueño durante el duelo, 50% padecen seudo alucinaciones auditivas o visuales, 35% dicen tener algunos síntomas similares a los que condujeron al fallecido a su muerte, 10% de los parientes más cercanos y amigos íntimos enferman gravemente durante el primer año de duelo. Los suicidios y las muertes por accidentes son 14 veces más frecuentes entre los que han sufrido en el último año la pérdida de un ser querido que en la población general. Si bien la mejor herramienta para esta ayuda es el amor, cuánto mejor será nuestra presencia y acompañamiento si además de nuestros sentimientos y cuidados, fuéramos capaces de aportar la comprensión adicional que nos da tener algún conocimiento de lo que está sucediendo dentro de su pena y alguna herramienta para aliviar su dolor. Para poder acompañar saludablemente a un familiar o amigo que ha perdido algo o a alguien valioso es posible hacer muchas cosas, pero es necesario dejar de hacer algunas otras.

Transcribo aquí abajo una pequeña lista incompleta de algunas premisas importantes Tener en cuenta las actitudes que no ayudan.

-No le digas que lo comprendes si no pasaste por una situación similar.

-No intentes buscar una justificación a lo que ha ocurrido.

-No te empeñes en animarlo ni tranquilizarlo, posiblemente lo que más necesita el otro es que lo escuches.

-No le quites importancia a lo que ha sucedido hablándole de lo que todavía le queda.

-No intentes hacerle ver las ventajas de una nueva etapa en su vida. No es el momento.

-Evita las frases hechas. La incomodidad nos mueve a recurrir a expresiones que no ayudan para nada: «Tienes que olvidar.» «Fue mejor así…» Dejar que se desahogue. Sentir y expresar el dolor, la tristeza, la rabia o el miedo frente a la muerte de un ser querido es el mejor camino que existe para cerrar y curar la herida por la pérdida. Estás equivocado si piensas que dejarlo llorar no sirve más que para añadir dolor al dolor. Estás equivocado si crees que ayudar aalguien que sufre es distraerlo de su pesar. Es mediante la actualización y la expresión de los sentimientos que la persona en duelo se puede sentir aliviada y liberada. No temas nombrar y hablar de la persona fallecida por miedo a que se emocione. Si llora, no tienes que decir o hacer nada en especial, lo que más necesita en esos momentos es tu presencia, tu cercanía, tu compañía y tu afecto. Tampoco temas llorar o emocionarte con su llanto. No hay nada de malo en mostrar tu pena, en mostrar que a vos también te afecta lo que ha pasado, en mostrar que te duele ver a tu amigo o familiar en esa situación. Lo que más necesita el que está de duelo, por lo menos en estos momentos, es una oreja para poder hablar, un espacio para sentirse débil y un hombro para llorar. Esta es quizás la premisa más importante para recorrer el camino de las lágrimas con un ser querido: NUNCA interrumpas la expresión del dolor. Mucha gente corta intencionalmente las expresiones emocionales del otro con una supuesta intención de protegerlo de su sufrimiento pero ocultando (a veces sin siquiera saberlo) la verdadera intención: protegerse de sus propias emociones dolorosas. No se ven capaces de afrontar el diálogo, huyen de él por cobardía: hablan de sus males, hablan de frases hechas, y se van, incapaces de escuchar, de acompañar, de empatizar, y sobre todo del silencio, de dejarse abrazar por el amigo, le dejan con su soledad.

 

Lluciá Pou Sabaté

Tristeza y dolor, dos compañeros saludables (La pérdida del ser querido) (Moodle)

Hemos hablado de que el duelo puede ser algo fructífero. Se vuelve la persona comprensiva, madura en el amor, libre y sin ataduras, asume riesgos y se lanza con coraje a llegar adonde quiere de verdad ir y nunca llegó antes por miedo y afán de seguridades. Y en el acto de dejar atrás hay algo de salir al encuentro. Y cada adiós oculta silencioso una bienvenida. La existencia es una mezcla extraña de finales y principios. Y las despedidas mucho más un tema de la vida que de la muerte… otros que sufrieron primero crecieron después desde el dolor. Es por eso que sé que no estoy sola, que avanzo día y noche acompañada. Que hay otros que dejando su marca en el camino encontraron más tarde… caminando, el sentido verdadero de haberlo recorrido (Marta Bujó, No todo es dolor).

En el lenguaje de todos los días solemos equiparar el dolor con el sufrimiento, y la tristeza con la depresión. Si buceamos en las etimologías del duelo encontraremos que más allá de la hablada relación con el dolor existen además otras derivaciones interesantes. Una es la que relaciona el origen con duelo, que quiere decir batalla, pelea entre dos; y que sugiere que en el proceso interno de la elaboración de una pérdida, se establece una lucha, un duelo de hegemonías entre la parte de mí que atada a la realidad acepta la pérdida, y la que quiere retener, la que no está dispuesta a soltar lo que ya no está. La otra derivación lingüística se vincula a dolos que quiere decir engaño, estafa, falsedad y que nos lleva a pensar en el engaño de todos los que nos han ayudado a creer que podríamos conservar para siempre lo que amábamos, y que todo lo deseado podría ser eterno (dolor = pena ; duelo = guerra como enfrentamiento entre dos partes ; dolor = engaño de la eternidad). Vamos a recorrer este camino poniendo el acento en la vinculación del duelo con el dolor por lo perdido, pero no olvidemos que una guerra sucede en nuestro interior y que el bando de «los buenos» es el que quiere aceptar que lo ausente ya no está.

Este Camino de las lágrimas está muy bien descrito en el libro de este título de Jorge Bucay, que ahora seguiré aquí tomando algunas ideas. Componentes de este camino son la interacción entre negación, dolor, tristeza, sufrimiento, superación. Hay 3 maneras de recorrer el camino frente a la pérdida, pero no existe más que un camino saludable, el del proceso de elaboración del duelo normal. La negación de la pérdida es un intento de autoprotección contra el dolor y contra la fantasía de sufrir. Si bien es cierto que una etapa normal del recorrido puede incluir un momento de bloqueo de la realidad desagradable, lo consideramos un desvío cuando la persona se estanca en esa etapa y sigue negando la pérdida más allá de los primeros días. El desvío hacia el sufrimiento en cambio, es la decisión de no seguir avanzando. Es una especie de pacto con la realidad que conjuga un mayor dolor ante la posibilidad de tener que soltar lo perdido y mi deseo de no soltarlo nunca. Y entonces nos detenemos y nos apegamos a lo que se fue, instalándonos en el lugar del sufrimiento. Sufrir es cronificar el dolor. Es transformar un momento en un estado, es apegarse al recuerdo de lo que lloro, para no dejar de llorarlo, para no olvidarlo, para no renunciar a eso, para no soltarlo aunque el precio sea mi sufrimiento, una misteriosa lealtad con los ausentes. En este sentido el sufrimiento siempre es enfermo. Es como volverse adicto al malestar, es como evitar lo peor eligiendo lo peor. El sufrimiento es racional aunque no sea inteligente, induce a la parálisis, es estruendoso, exhibicionista, quiere permanecer y necesita testigos. El dolor en cambio es silencioso, solitario, implica aceptación, estar en contacto con lo que sentimos, con la carencia y con el vacío que dejó lo ausente. El sufrimiento pregunta por qué aunque sabe que ninguna respuesta lo conformará, para el dolor en cambio se acabaron las preguntas. El proceso de duelo siempre nos deja solos, impotentes, descentrados y responsables, pero sobre todo tristes. El dolor conecta con un sentimiento: la tristeza. Una emoción normal y saludable, aunque displacentera, porque significa extrañar lo perdido. Aunque la tristeza puede generar una crisis, permite luego que uno vuelva a estar completo, que suceda el cambio, que la vida continúe en todo su esplendor. La más importante diferencia entre uno y otro es que el dolor siempre tiene un final, en cambio el sufrimiento podría no terminar nunca. La manera en que podría perpetuarse es desembocando en una enfermedad llamada comúnmente depresión. Por si no queda suficientemente claro, depresión no es tristeza y el uso popular indistinto es un gran error y una fuente de dañinos malentendidos. La depresión es una enfermedad de naturaleza psicológica, que si bien incluye un trastorno del estado de ánimo, excede con mucho ese síntoma.. Partiendo del significado de «depresión» como «pozo, hundimiento, agujero, presión hacia abajo o aplastamiento» entenderemos la enfermedad como una disminución energética global que se manifiesta como falta de voluntad, ausencia de iniciativa o falta de ganas de hacer cosas, trabajos, actividades, etc. En la afectividad se expresa como tristeza, vacío existencial, culpa, sensación de soledad. En la mente se crea pesimismo, acrecentamiento de pensamientos cada vez más dominantes de inseguridad y temor.

Puede haber unas causas externas de la depresión: las desilusiones afectivas, los conflictos interpersonales, la marginación o aislamiento por parte de otras personas, la jubilación, los problemas económicos, la muerte de un ser querido, un fracaso matrimonial, etc. Remedios: Si el individuo deprimido pudiera mejorar lo que opina de sí mismo, del mundo, de sus propios pensamientos; si no olvidara practicar alguna actividad física y centrara la atención en comunicarse con personas más optimistas y escucharlos atentamente; si escuchara Mozart, asistiera a cursos, desarrollara su creatividad e intentara ser más útil a la sociedad a la que pertenece, podríamos decir sin duda que ha mejorado su pronóstico y por ende su futuro… reintegrar al que queda al ambiente en donde la persona ya no está y construir nuevas relaciones para conseguir reajustarse a la vida normal. Esta actividad requiere mucha energía física y emocional, y es común ver a personas que experimentan una fatiga abrumadora. Este agotamiento no debe llamarse depresión porque muchas veces es una vivencia transitoria en un duelo absolutamente normal…

Qué es el duelo. El duelo es el doloroso proceso normal de elaboración de una pérdida, tendiente a la adaptación y armonización de nuestra situación interna y externa frente a una nueva realidad. Elaborar el duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia. Convencionalmente podríamos decir que un duelo se ha completado cuando somos capaces de recordar lo perdido sintiendo poco o ningún dolor. En su libro, Bucay cuenta síntomas de esos momentos, que pueden ser incluso fisiológicos, como – Dolor de espalda. – Temblores. – Hipersensibilidad al ruido. – Dificultad para tragar. – Oleadas de calor. – Visión borrosa. Y estas son algunas de las conductas más habituales después de una pérdida importante: – Llorar. – Suspirar. – Buscar y llamar al ser querido que no está. – Querer estar solo, evitar a la gente. – Dormir poco o en exceso. – Distracciones, olvidos, falta de concentración. – Soñar o tener pesadillas. – Falta de interés por el sexo. – No parar de hacer cosas o apatías.