Duelo: etapas y tipos. Moodle: La perdida del ser querido

El duelo normal. Parálisis 1. Incredulidad – Negación – Confusión – Llanto explosivo. 2. Regresión – Berrinche – Desesperación. 3. Furia – Con el causante de la muerte – Con el muerto por abandono. 4. Culpa – Por no haberlo podido salvar – Por lo que no hicimos – Impotencia – Desasosiego. 5. Desolación – Seudoalucinaciones – Idealización – Idea de ruina. 6. Fecundidad – Acción dedicada – Acción inspirada. 7. Aceptación – Discriminación – Interiorización.

Después del recorrido. “En medio de este atolladero de angustia encontré la fuerza para luchar y salir adelante. Quizás me di cuenta de que mi esposa no hubiese querido verme así. Algo me hizo aferrarme a la vida y al amor” (Williard Kohn). Supongo que hay algunas cicatrices más memoriosas que duelen para siempre. Pensar que alguien puede terminar de elaborar el duelo de un ser querido en menos de un año es difícil, si no mentiroso. El primer mes es terrible, los primeros seis meses son muy difíciles, el primer año es bastante complicado y después empieza a hacerse más suave. No hay que olvidar que si he vivido casi toda mi vida reciente sabiendo que otro existía, vivir el duelo de su ausencia implica empezar una nueva historia. Y esto tiene que ver con el habernos alejado de los ritos. Los ritos están diseñados para el aprendizaje y la adaptación del hombre a diferentes cosas. Entre ellas, para que el individuo acepte la muerte y acepte la elaboración del duelo. Los ritos tienen que ver con la función de aceptar que el muerto está muerto y con la legitimación de expresar públicamente el dolor, lo cual, como vimos, es importantísimo para el proceso. Los ritos, aprendí, son importantes. Las costumbres populares, las tradiciones, protegen esos ritos.

El duelo patológico: el duelo de las heridas que nunca cicatrizan. En el hospital uno ve hombres y mujeres que vienen con heridas que tienen dos o tres años, y uno no entiende por qué pero pregunta y descubre lo que pasa: cada vez que llegan a la casa se arrancan la cascarita, porque les molesta, porque les pica, porque queda fea. Y vuelven a empezar. No hay que rascarse, hay que animarse a vivir el dolor de la etapa de la tristeza desolada y dejar que el río fluya confiando en que somos lo suficientemente fuertes para soportar el enorme dolor de la pena.

Tipos de duelo: La muerte es algo natural, incontrastable e inevitable. Hemos manifestado permanentemente la inequívoca tenencia a hacer a un lado la muerte, e eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el silencio. En el fondo nadie cree en su propia muerte. (Vamos a repasar varios tipos de duelo, en el primero pondré el consuelo de la Eucaristía. En otro folleto me extenderé sobre la consideración de la esperanza y las verdades eternas). En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad. Y cuando muere alguien querido, próximo, sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces. No nos dejamos consolar y hasta donde podemos nos negamos a sustituir al que perdimos. Ante el dolor de la muerte de una persona querida, sobre todo si es joven, algo tan inesperado, no lo entendemos, y vemos que no podemos hacer nada. Entonces, sentimos la necesidad de rezar. Dios pone en nuestras almas este sentimiento, esta necesidad. Del más allá sabemos lo que Jesús nos ha dicho: “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí vivirá”. La muerte del cristiano es una participación en la muerte de Jesús. Que Jesús haya muerto en la Cruz es la prueba de que no nos deja solos en el sufrimiento, y que Jesús haya resucitado es prueba de nuestra resurrección.

El amor humano nos hace entender el amor de Dios, un amor que ha de ser eterno. Cuando un ser amado nos ha dejado sabemos que el amor no acaba con la muerte, el amor es más fuerte que la muerte, y hoy le decimos: “hasta pronto”. Para él, la muerte ha sido un cerrar los ojos a la tierra y abrirlos a la vida eterna, un nacimiento nuevo. Para nosotros, un no verle pero saber que está en Dios, y en la Misa podemos encontrar a los que están en el Señor, pues aquí está el Señor. A veces, puede entrarnos miedo al pensar en la muerte. Hemos de llenarnos de esperanza. Mirad que un acto de contrición, un acto de amor, una petición de perdón, Dios lo valora inmensamente: Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino, le dijo el buen ladrón a Jesús, su respuesta inmediata fue: ¡en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso! es evidente que Dios quiere que aprendamos la lección. El fruto de esta Eucaristía que aplicamos por el alma de los difuntos para que alcance el descanso eterno, está indisolublemente ligado al gran bien de un profundo cambio de vida en mi y en cada una de vosotros: un cambio interior y exterior: Un cambio de planteamientos, de objetivos, de horizontes vitales, de costumbres, de diversiones, … Jesucristo tuvo palabras muy duras para los judíos de su tierra: ‘Mirando no veis y escuchando no entendéis… ‘viviendo tan cerca de Él, fueron tan frívolos, tan vulgares, tan superficiales que no supieron descubrir ni tan siquiera a un Hombre de bien, no sólo no le reconocieron como Dios sino que le condenaron a muerte.

El suicidio. Por más que lo intentas, nunca conseguís entender las razones que lo llevaron a tu ser querido a quitarse la vida. El suicidio deja siempre detrás de sí muchas preguntas.

Es natural sentir mucha rabia y enfado hacia la persona que se suicidó. Si cuando se muere te enojas con el difunto aunque haya muerto en un accidente, cuánto más te enojarás cuando él o ella decidieron morirse.

Creo que si el suicida supiera el daño que produce en la familia cercana, sobre todo en los hijos cuando los hay, no se suicidaría. Si de verdad uno supiera lo que los hijos irremediablemente piensan cuando su padre o madre se suicida: «Ni siquiera por mí. Ni siquiera yo era una buena razón. Ni siquiera pensó en mí». Y esto es muy doloroso para sustentar después la propia autoestima. Me parece que esto confirma que el que se suicida no puede pensar con cordura en ese momento. Es un mártir de su enfermedad, decía el sacerdote ante la muerte de una persona que se tiró por la ventana pensando en que era mala, y era buenísima, en esos momentos, me decía un psiquiatra, todos los casos que había conocido sólo podían captar el descanso. Así se explica que hagan cosas raras como aquella madre que dejó todo limpio y los niños bien dormidos, antes de irse de casa y matarse. No captan la realidad, sólo la necesidad de liberarse de la situación de agobio, y buscan un descanso, una liberación de su angustia, sin pensar en las consecuencias que tiene eso para los que le rodean, que necesitan de su presencia.

Duelo por viudez (la muerte de la compañera le había roto el corazón… literalmente). Cuando la realidad conocida se rompe, lo seguro y ordenado se vuelve caótico. El mundo parece hostil y nada puede aliviar la incertidumbre y la inseguridad. Y cuando la responsabilidad de mantener el provisorio orden ahora compartida con otro que ya no está, aparecen la desesperación y el vacío.

Lista de cambios (dolor): Muerte del cónyuge 100; Condena en la cárcel 91; Muerte de un hijo 83; Divorcio 80.

Cuando un hijo se muere y la pareja se mantiene unida, hay dos a los que les está pasando lo mismo, hay alguien que puede comprender lo que nos pasa. En cambio cuando la pareja es la que muere, a nadie, repito, a nadie, le está pasando lo mismo, estamos verdaderamente solos en nuestro dolor. Con frecuencia el que sobrevive muere poco después.

Dicen los viudos y las viudas: «El dolor de la pérdida de la pareja desgarra y uno se pregunta cómo seguir viviendo». «El silencio hiere los oídos, el hogar se convierte sólo en una casa». «El llanto y la rabia se vuelven tu diaria compañía». «No podes definir si sentís pena por el que se fue o por vos mismo». «¿Cómo seguir respirando, caminando, haciendo lo cotidiano sin ella?». «¿Mi capacidad de amar podría seguir existiendo?». «Uno se siente como una baraja de naipes arrojada al aire». Hay que luchar por rehacerse…

Un hombre que pierde a su mujer puede sentirse desconsolado, pero difícilmente desamparado porque las mujeres estructuran su subjetividad en torno a los vínculos, mientras que los hombres la construyen en torno de su trabajo.

«Yo soy yo y todos aquellos a quienes amo». La persona que murió no se pierde, porque es interiorizada emocionalmente. Lo que queda vacante es el lugar de los roles que ocupaba. «Cuando murió mi esposa viví su muerte como un terremoto. Fui perdiendo de a poco a todos mis amigos. No sabía cómo se pagaba la luz, dónde se compraba la fruta ni cómo se conseguía la leche. Mis hijos me trataban como si fuera un inútil.

Un día los junté a todos y les dije: «Un momento, me quedé viudo, no descerebrado». Ese día todo empezó a retomar su rumbo.

Después de la muerte de tu pareja es muy difícil permitirse una nueva relación. No es indispensable hacerlo pero es importante saber que es posible.

Pérdida de un hijo: cuenta E. Rojas: “La trascendencia es lo que te permite mirar por sobreelevación. Hay una perspectiva inmediata y otra mediata. La reacción inmediata ante la muerte de mi hijo Quique, es sentirse partido por la mitad. Mi mujer, sin exagerar, estuvo un año llorando” (Olaizola, Más allá de la muerte, p. 82). Mientras él ve la situación global, ella percibe cada detalle de la realidad. Mientras él piensa qué hacer ella actúa intuitivamente, mientras él es lógico ella se vuelve cada vez más sensible. Mientras él se pelea con el adentro, ella se enfrenta con el afuera. Mientras él solamente suspira ella se anima a llorar. Y entonces frente a la muerte de un hijo muchas veces sucede que: Ella necesita hablar sobre la muerte y vuelve sobre los detalles. Él se siente incómodo con el tema y preferiría no hablar más sobre el asunto. Ella no consigue empezar a adaptarse a los 18 o 24 meses. Él empieza a acomodar su vida a los seis u ocho meses. Ella siente deseos frecuentes de visitar la tumba. Él prefiere no volver a pisar el cementerio. Ella lee libros, escucha conferencias o asiste a grupos. Él se refugia en el trabajo, su hobby o las tareas de la casa. Ella no tiene prácticamente ningún deseo sexual. Él quiere hacer el amor para buscar un mejor encuentro. Ella sabe que su vida ha cambiado para siempre. Él quisiera que ella vuelva a ser la de antes. Mantener la pareja unida es, pues, todo un desafío. Vuelvo a E. Rojas: “Como psiquiatra, acostumbrado a contemplar el sufrimiento ajeno desde dentro, a través de esos representantes que son la depresión, la ansiedad, la inseguridad, los complejos y tantas cosas más, vuelvo a lo esencial: la necesidad de tener puntos de referencia claros. Y ahí cobran especial relieve las creencias. Las ideas van y vienen, se mueven dentro de nosotros, mientras que las creencias son la tierra firme y sólida donde nos apoyamos. El que no tiene creencias va flotando por la vida sin asidero” (ibid, p. 87). Es importante mantenerse lo más unidos posibles, sin asfixiar ni colgarse de la compañía del otro. Es imprescindible aprender a poner en palabras lo que está pasando para ayudarse mutuamente, porque es casi imposible pasar por este dolor y sobrellevar esta situación sin tu pareja.

Ideas de que el otro es de alguna manera responsable de la muerte. Sentimientos de impaciencia e irritabilidad hacia el otro. Falta de sincronicidad en los momentos de mayor dolor o las recaídas. Falta de coincidencia en las necesidades sexuales.

Después de enunciar todas estas diferencias y dificultades es fácil entender por qué una de cada cuatro parejas termina separándose.

Es imprescindible alejarse todo lo que se pueda de la gente desubicada que quiere «ayudar» en este momento tan difícil. Porque la mayoría de los conocidos o familiares cercanos no tiene ni idea de qué hacer con este tema y dice pavadas porque cree pavadas.

Pero hay que comparar el dolor con un préstamo.

Debemos devolver el préstamo algún día. Entre más tardemos en hacerlo, más altos serán los intereses y las multas. Nadie tiene mala intencionalidad, pero los que te quieren, que no soportan verte sufrir, son capaces de sugerir para solucionar la amenaza a SU integridad que representa tu dolor: «Que otro hijo es la solución a tu dolor.» «Que necesitas olvidar a tu hijo y seguir con tu vida.» «Que tienes que sacar las fotos de tu hijo de tu casa.» «Que hay que pensar en otras cosas». Lo cierto es que nada saben de lo que nos pasa. Quizás por eso la elaboración del duelo por la muerte de un hijo es el evento más solitario y más aislante en la vida de una persona ¿Cómo puede entender alguien que no ha pasado por lo mismo, la profundidad de este dolor? Muchos padres dicen que los amigos se convierten en extraños y muchos extraños se convierten en amigos. Lo mejor para hacer es aceptar la profundidad del dolor como la reacción normal de la experiencia más difícil que una persona puede vivir. Los grupos de apoyo o de autoayuda son un paraíso seguro para que los padres que han perdido un hijo compartan lo más profundo de su pena con otros que han pasado por los mismos sentimientos. Muchos grupos de apoyo están llenos de personas fuertes y comprensivas dedicadas a ayudar a padres que sufren la pérdida de su hijo para que encuentren esperanza y paz en sus vidas. En estos grupos los padres aprenden a saber que no están enloqueciendo. A sentirse solidarios en un todo con lo sucedido. A aceptar que les pasa lo mismo que a muchos otros. A compartir el duelo con autenticidad basado en el amor por su pareja y en el sincero cariño que sentían por quien hoy no está.

Pérdida de un embarazo. «Sólo hay una cosa que me puedo imaginar más terrible que la muerte de mi hijo: No haberlo siquiera conocido.» Cuentan que había una vez un señor que padecía lo peor que le puede pasar a un ser humano: su hijo había muerto. Desde la muerte y durante años no podía dormir. Lloraba y lloraba hasta que amanecía. Un día, cuenta el cuento, aparece un ángel en su sueño. Le dice: – Basta ya. – Es que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más. El ángel le dice: -¿Lo quieres ver? Entonces lo agarra de la mano y los sube al cielo. – Ahora lo vas a ver, quédate acá. Por una acera enorme empieza a pasar un montón de chicos, vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las manos, como uno se imagina el cielo con los angelitos. El hombre dice: -¿Quiénes son? Y el ángel responde: – Estos son todos los chicos que han muerto en estos años y todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son puros… – ¿Mi hijo está entre ellos? -Sí, ahora lo vas a ver. Y pasan cientos y cientos de niños. – Ahí viene -avisa el ángel. Y el hombre lo ve. Radiante como lo recordaba. Pero hay algo que lo conmueve: entre todos es el único chico que tiene la vela apagada y él siente una enorme pena y una terrible congoja por su hijo. En ese momento el chico lo ve, viene corriendo y se abraza con él. Él lo abraza con fuerza y le dice: – Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz?, ¿no encienden tu vela como a los demás? – Sí, claro papá, cada mañana encienden mi vela igual que la de todos, pero ¿sabes lo que pasa?, cada noche tus lágrimas apagan la mía. Así, ellos están contentos si seguimos luchando, con alegría, dándonos a los demás, viviendo.

25. Ayudar a otros a recorrer el camino. Sin embargo, a pesar de esta certeza, podemos observar los siguientes datos: 90% de las personas sufren trastornos del sueño durante el duelo, 50% padecen seudo alucinaciones auditivas o visuales, 35% dicen tener algunos síntomas similares a los que condujeron al fallecido a su muerte, 10% de los parientes más cercanos y amigos íntimos enferman gravemente durante el primer año de duelo. Los suicidios y las muertes por accidentes son 14 veces más frecuentes entre los que han sufrido en el último año la pérdida de un ser querido que en la población general. Si bien la mejor herramienta para esta ayuda es el amor, cuánto mejor será nuestra presencia y acompañamiento si además de nuestros sentimientos y cuidados, fuéramos capaces de aportar la comprensión adicional que nos da tener algún conocimiento de lo que está sucediendo dentro de su pena y alguna herramienta para aliviar su dolor. Para poder acompañar saludablemente a un familiar o amigo que ha perdido algo o a alguien valioso es posible hacer muchas cosas, pero es necesario dejar de hacer algunas otras.

Transcribo aquí abajo una pequeña lista incompleta de algunas premisas importantes Tener en cuenta las actitudes que no ayudan.

-No le digas que lo comprendes si no pasaste por una situación similar.

-No intentes buscar una justificación a lo que ha ocurrido.

-No te empeñes en animarlo ni tranquilizarlo, posiblemente lo que más necesita el otro es que lo escuches.

-No le quites importancia a lo que ha sucedido hablándole de lo que todavía le queda.

-No intentes hacerle ver las ventajas de una nueva etapa en su vida. No es el momento.

-Evita las frases hechas. La incomodidad nos mueve a recurrir a expresiones que no ayudan para nada: «Tienes que olvidar.» «Fue mejor así…» Dejar que se desahogue. Sentir y expresar el dolor, la tristeza, la rabia o el miedo frente a la muerte de un ser querido es el mejor camino que existe para cerrar y curar la herida por la pérdida. Estás equivocado si piensas que dejarlo llorar no sirve más que para añadir dolor al dolor. Estás equivocado si crees que ayudar aalguien que sufre es distraerlo de su pesar. Es mediante la actualización y la expresión de los sentimientos que la persona en duelo se puede sentir aliviada y liberada. No temas nombrar y hablar de la persona fallecida por miedo a que se emocione. Si llora, no tienes que decir o hacer nada en especial, lo que más necesita en esos momentos es tu presencia, tu cercanía, tu compañía y tu afecto. Tampoco temas llorar o emocionarte con su llanto. No hay nada de malo en mostrar tu pena, en mostrar que a vos también te afecta lo que ha pasado, en mostrar que te duele ver a tu amigo o familiar en esa situación. Lo que más necesita el que está de duelo, por lo menos en estos momentos, es una oreja para poder hablar, un espacio para sentirse débil y un hombro para llorar. Esta es quizás la premisa más importante para recorrer el camino de las lágrimas con un ser querido: NUNCA interrumpas la expresión del dolor. Mucha gente corta intencionalmente las expresiones emocionales del otro con una supuesta intención de protegerlo de su sufrimiento pero ocultando (a veces sin siquiera saberlo) la verdadera intención: protegerse de sus propias emociones dolorosas. No se ven capaces de afrontar el diálogo, huyen de él por cobardía: hablan de sus males, hablan de frases hechas, y se van, incapaces de escuchar, de acompañar, de empatizar, y sobre todo del silencio, de dejarse abrazar por el amigo, le dejan con su soledad.

 

Lluciá Pou Sabaté