«Quemar las naves»

«Quemar las naves»

Frente al problema del mal, no queramos una respuesta filosófica.

Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net

Se cuenta que cuando llega a la costa de Veracruz en México, Hernán Cortes mandó quemar las naves para que no hubiera vuelta atrás. Esta imagen puede servirnos para subrayar que ante la dificultad para creer en la providencia, podemos soltar completamente la desconfianza como un niño que se suelta en las manos de sus padres cuando lo lanzan arriba con los brazos. Jacques Philippe recuerda que mientras el paracaidista no salte al vacío, no podrá comprobar que le sostiene las cuerdas, pues el paracaídas aún no ha tenido la posibilidad de abrirse. Es preciso saltar primero, y sólo entonces se sentido sostenido. En la vida espiritual ocurre lo mismo: «Dios nos da en la medida en que esperamos de Él», dice san Juan de la Cruz. Y San Francisco de sales: «La medida de la providencia divina para nosotros es la confianza que tenemos en ella»… Los fundadores de órdenes religiosas van audazmente por delante en ese espíritu de fe: compran casas sin tener un céntimo o recogen a pobres sin contar con que alimentarlos (p. 32).

El temor a sufrimiento es algo que nos invade si no dejamos hacer a Dios en nuestras vidas en total confianza, con fe: confiar significa eso, cum-fide. No tenemos certeza de que tengamos una época de paz sin guerras, que no llegará una pandemia que diezme la población, de que mañana tengamos salud o no… Pero hemos de mirar siempre a Jesús que nos dice “no tengas miedo”, confía… Él tiene la victoria definitiva sobre el mal. Aunque si la sabiduría de Dios sea incomprensible muchas veces para nosotros, paradójica como lo es la cruz que es camino a la gloria, podemos seguir aquellas palabras esperanzadas de cuando Pablo vislumbró el cielo: «lo que ni el ojo vio, ni oído yo, ni llegó al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que le aman» (1 Corintios 2, 9)… 

Frente al problema del mal, no queramos una respuesta filosófica, que explica algunos aspectos pero no el misterio total, sino la confianza filial en Dios, en su amor y su sabiduría; la certeza de que «todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» y que «los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rom 8,18).

Si todo en la vida puede resumirse en crecer a la confianza, lo que más nos ayuda es una oración de hijo, una mirada de contemplación hacia Jesús. «Lo que realmente inspira confianza es contemplar a Jesús, que da su vida por nosotros, y alimentarnos de ese «amor demasiado grande» que nos manifiesta en la cruz. ¿Cómo esa prueba suprema de amor –“nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13)- incansablemente contemplada, embargada por una mitad de amor y de fe, no ha de fortalecer poco a poco nuestro corazón con una confianza inquebrantable?”… (J. Philippe, pág. 36).

Vemos así la absoluta necesidad de la contemplación para crecer en la confianza: “A fin de cuentas, son demasiadas las personas que se sienten intranquilas porque no son contemplativas y no se toman el tiempo de alimentar su propio corazón y devolverle la paz con una mirada de amor posada en Jesús» (pág. 37).

La resurrección de Jesús ilumina nuestra vida

La resurrección de Jesús ilumina nuestra vida
Esta es la fuente de la alegría pascual
Llucià Pou SabatéLunes, 1 de abril de 2024, 12:46 h (CET)
Pascua significa “pasar”: así como el pueblo hebreo pasó por el mar rojo a la tierra prometida, también nosotros salimos de la esclavitud de la muerte a una vida en libertad que continúa después de esta, en la casa del Padre. Pascua es el paso de la muerte a la vida, la experiencia de que la resurrección de Jesús es también la nuestra: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba…; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (nos dice san Pablo).
   Desde el imperio romano hasta el siglo XVIII ha habido una sociedad cristiana donde el Estado era confesional muchas veces, iban unidos los poderes civiles y eclesiásticos. Cuando esto se rompe, se piensa en el siglo XIX que el progreso puede ser infinito, que podemos tener un paraíso en la tierra, que no es necesaria la salvación… pero después de todo eso vino la decepción, el nihilismo, la posverdad.   
Como le dijo Pedro a Jesús: “¿a dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Pueden escandalizarnos las formas de vivir el mensaje de Jesús a lo largo de la historia, incluso aquellas formas de la Escritura que dependen de la mentalidad de quienes la pusieron por escrito, y quizá nos cuesta separar el trigo y la cizaña, el Evangelio del envoltorio con que nos ha llegado. Pero el amor y el perdón de Jesús de Nazaret, su unión al Padre y su misión de salvador, de ser para nosotros “camino, verdad y vida” siguen resonando en mi  interior como algo esencial, la única palabra que me sacia por entero esa sed de eternidades que alberga mi corazón.   
En medio de los anhelos y promesas de Israel, intuyo una palabra divina y una alianza que se cumple en Jesús de Nazaret, el Maestro: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). La experiencia pascual transforma los corazones de los discípulos que pasan de ser torpes para lo espiritual, a enviados por el Espíritu Santo. Y ese mismo Espíritu de Jesús es albergado en cada uno de nuestros corazones, pues de algún modo Jesús se une a cada uno, en sus circunstancias, aunque muchos no lo sepan.   
De este modo, Jesús sigue vivo en tantas personas que transmiten ese amor divino. Y “este es el día que hizo el Señor”, como canta el salmo.San Pablo nos anima a “buscar las cosas del cielo”… ¿Qué quiere decir? Para mí, es vivir en comunión: con Dios, los demás y con la creación, sabiendo que estamos en una escuela de aprendizaje, para ir viviendo ese amor que nos trajo el carpintero de Nazaret, ese pescador de personas, en cierto modo es traer el cielo a la tierra para hacer de la tierra un cielo.   
Sin duda, las apariencias de violencias y guerras pueden impedir ver esa luz que no es exterior, sino una iluminación interior de que detrás de toda oscuridad hay una razón de bien, de luz que se abrirá en el momento oportuno, quizá no en esta dimensión en que ahora vivimos, pero sí en esos “cielos nuevos y tierra nueva” a la que estamos destinados.   
Ese misterioso “reino de Dios” está ya en nuestro corazón, pero no podemos afirmar que se instalará por completo en nuestro mundo, porque más que algo exterior se vive en la interioridad, y se hará realidad exterior quizá en el más allá de esta historia que vivimos ahora; este fue el error de esos paraísos idealistas que construyeron en el siglo XIX y que vimos fracasar, pues como una radiografía en negativo del mensaje de Jesús pensaron en un reino material ya aquí, cuando en esta vida lo vivimos en una esperanza que no es ilusa sino que está llena de una cierta carga experiencial que nos hace intuir su verdad.   
San Pablo nos recuerda que todo ello parte de la pascua: «si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es inútil» (1 Cor 15,14). Jesús pasa por la puerta estrecha de la muerte y la transforma en puerta para la Vida verdadera, nuestra graduación, como gritaba Miguel de Unamuno, con su agnosticismo esperanzado: «No quiero morirme, no, no, no quiero ni puedo quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que soy y me siento ser ahora y aquí». Añoramos un paraíso perdido, y deseamos volver a ese seno de paz, amor y felicidad donde estemos a gusto. Ese camino al paraíso perdido debemos iniciarlo en nuestro propio corazón, «campo de batalla en el que dos tendencias se disputan la primacía: el amor a la vida y el amor a la muerte» (E. Fromm). Ahí hemos de morir al egoísmo como el grano de trigo, y vivir la paradoja de la resurrección de que cuando se entrega la vida es cuando la tenemos de verdad. “Quizás sea ésta la pregunta que debamos hacernos esta mañana de Pascua: ¿Sabemos defender la vida con firmeza en todos los frentes? ¿Cuál es nuestra postura personal ante las muertes violentas, el aborto, la destrucción lenta de los marginados, el genocidio de tantos pueblos, la instalación de armas mortíferas sobre las naciones, el deterioro creciente de la naturaleza?” (José Antonio Pagola).   
Porque esta es la fuente de la alegría pascual, Macario el Grande dice que, a veces, a los creyentes “se les inunda el espíritu de una alegría y de un amor tal que, si fuera posible, acogerían a todos los hombres en su corazón, sin distinguir entre buenos y malos”. Y “de esta experiencia pascual nace una actitud nueva de esperanza frente a todas las adversidades y sufrimientos de la vida, una serenidad diferente ante los conflictos y problemas diarios, una paciencia grande con cualquier persona… ser cristiano es, precisamente, hacer esta experiencia y desgranarla luego en vivencias, actitudes y comportamiento a lo largo de la vida” (José Antonio Pagola).

Introducción a la historia de las religiones parte II: profundización en los textos y contextos de las religiones orientales y las tres religiones del libro

 Hola! Comienza el 7 de marzo un Seminario, 

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‘Nefarious’, estreno de una nueva película sobre el demonio

(Podemos decir que han estado endemoniados líderes que siendo mediocres en algunos años han hecho mucho daño, como fueron Hitler o Stalin)

Se estrena en España la película Nefaroius (2023), que provoca muchos comentarios, en mi opinión porque: por un lado es un tema “extraordinario” que mueve a la curiosidad, como es el de las posesiones; y por otro, porque es una interpretación “tradicional” que choca con la visión de una cultura de hoy, donde esa doctrina tiene rechazo; así, está servida la polémica entre esas dos visiones que chocan entre sí, en lo que respecta al demonio, lo tradicional y la cultura actual.

Si hubiera sido cine fantástico, sería más bien aburrido por falta de efectos especiales (y los que vayan a buscar el género de terror se aburrirán). Es cine realista en un ambiente fantástico, y esto hará que la encuentren una película estupenda, los que piensen que la sociedad tiene falta de fe y que debería volver a ser cristiana. E irán contra ella, los que piensen que hay que actualizar esos modelos trasnochados, pues si el demonio actúa, lo hará no solamente sobre personas sino sobre estructuras sociales, y como diría C.S. Lewis en su obra “Cartas del diablo a su sobrino”, la gran estrategia del demonio en nuestros días es hacer ver que no existe.

La película tiene por tanto unos diálogos muy amplios, siguiendo la novela, en los que se va tocando toda la doctrina tradicional sobre los endemoniados. Las posesiones demoníacas y exorcismosson temas que han sido explorados en diversas culturas y religiones a lo largo de la historia. Muchas creencias antiguas presentaban al Demiurgo o un principio del mal que iba contra Dios o el Bien.

Para los griegos como Platón, los daimono demonios en el sentido de “genios” inspiraban a los filósofos como Sócrates en ciertos arrobos místicos. Y es que los griegos no tenían unos principios del mal, sino que los mismos dioses eran buenos o caóticos según el momento. En la fe cristiana, se define claramente que el demonio es solamente una criatura que se opone a Dios con una fuerza muy relativa, y en cambio Dios es bueno y misericordioso y que no es suya ninguna fuerza maligna.

Esta creencia en la posesión demoníaca fue reforzada en el ambiente judío, y Jesús hace muchos milagros de expulsar demonios, algunos eran posesiones, y otros quizá fenómenos entonces no explicados (ahora con los avances médicos podemos interpretar que algunas de esas curaciones podían ser enfermedades mentales como epilepsias, que entonces no estaban catalogadas y podían parecer cosa del demonio).

Milagros y curaciones de Jesús son pruebas de credibilidad sobre su acción divina. En cambio, en otros casos son claramente posesiones por el contexto, como cuando el demonio huye de la fuerza de Jesús, o le responde a sus preguntas. El caso más clamoroso, es cuando responde el endemoniado: “me llamo Legión, porque somos muchos”, y Jesús los manda a una piara de cerdos, que se caen por un barranco.

Endemoniado es cuando un ser maligno o demonio ha tomado el control del cuerpo de una persona. Varias tradiciones religiosas, como el cristianismo, el islam y algunas culturas paganas, tienen una gran literatura sobre muchos casos.

En algún momento de la historia vemos la acción del maligno en el mundo, podemos decir que han estado endemoniados líderes que siendo mediocres en algunos años han hecho mucho daño como fueron Hitler o Stalin, mientras les fueron comunicados esos poderes demoníacos, y una vez retirados, se quedaron sin esos poderes, como fue la caída de Hitler, o en el caso del sistema URSS la caída del muro de Berlín después de un derrumbamiento del poder interno.

Pero sin duda, hay una larga tradición de personas sencillas que por razones que desconocemos, han sido poseídas por el demonio, y las vemos en el Evangelio. Otras, han sido por afán codicioso o de posesión de un amor, como han contado muchas historias en el medievo, y en España quedan muchos puentes con el nombre de “el puente del diablo” por esos tratos de vender el alma al demonio.

La Iglesia enseña que la doctrina sobre la acción de Satanás no es de temor a esas posesiones extraordinarias, pues si en el corazón hay amor no hay cabida para nada malo, incluso en el caso de una acción diabólica no hay culpa en ella si la persona tiene su corazón puesto en Dios. Por eso, la doctrina cristiana enseña que la oración y confianza en el amor de Dios nos lleva a la seguridad de una esperanza que nos hace vivir aquellas palabras de Jesús: “no tengáis miedo” pues con él “hemos vencido al maligno”, y rezar el padrenuestro (“no nos dejes caer en la tentación”, o según alguna traducción “que no caigamos en poder del Maligno”); y el Avemaría, pues la devoción a María es segura: ninguna persona que acuda a su protección, invocando su auxilio, queda desamparada de la salvación (como se dice en la oración “Acordaos…”); de ahí que se ha popularizado la devoción de las tres Avemarías por la noche y el escapulario, que recoge la tradición carmelita de que arropados en la protección maternal de María, ella nos conducirá de su mano al cielo en el momento de la muerte.