“El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo en cenizas” (W. Shakespeare).
21.1.-Permitiste estar de duelo. Date el permiso de sentirte mal, necesitado, vulnerable… Puedes pensar que es mejor no sentir el dolor, o evitarlo con distracciones y ocupaciones pero, de todas maneras, con el tiempo lo más probable es que el dolor salga a la superficie. Mejor es ahora. Acepta que posiblemente no estés demasiado interesado en tu trabajo ni en lo que pasa con tus amistades durante un tiempo, pero métete en el duelo con todas sus consecuencias.
21.2.- Abre tu corazón al dolor: Permítete el llanto. Te mereces el derecho de llorar cuanto sientas. Posiblemente sufriste un golpe brutal, la vida te sorprendió, los demás no supieron entender, el otro partió dejándote solo. Nada más pertinente que volver a nuestra vieja capacidad de llorar nuestra pena, de berrear nuestro dolor, de moquear nuestra impotencia. No escondas tu dolor. Comparte lo que te está pasando con tu familia y tus amigos de confianza… Llorar es tan exclusivamente humano como reír. El llanto actúa como una válvula liberadora de la enorme tensión interna que produce la pérdida. Podemos hacerlo solos si esa es nuestra elección, o con nuestros compañeros de ruta para compartir su dolor, que no es otro que nuestro mismo dolor. Cuando las penas se comparten su peso se divide. Cuando el alma te duele desde adentro no hay mejor estrategia que llorar. No te guardes todo por miedo a cansar o molestar. Busca a aquellas personas con las cuales podes expresarte tal como estás. Nada es más impertinente y perverso que interrumpir tu emoción con condicionamientos de tu supuesta fortaleza protectora del prójimo.
21.3.- Recorrer el camino requiere tiempo. Vive solamente un día cada día.
21.4.- Sé amable contigo. Aunque las emociones que estás viviendo sean muy intensas y displacenteras (y seguramente lo son) es importante no olvidar que son siempre pasajeras… Uno de los momentos más difíciles del duelo suele presentarse después de algunos meses de la pérdida, cuando los demás comienzan a decirte que ya tendrías que haberte recuperado. Sé paciente. No te apures. Jamás te persigas creyendo que ya deberías sentirte mejor. Tus tiempos son tuyos. Recuerda que el peor enemigo en el duelo es no quererse.
21.5.- No tengas miedo de volverte loco.
21.6.- Aplaza algunas decisiones importantes.
21.7.- No descuides tu salud. De todas maneras es bueno no deambular «buscando» el profesional que acepte recetar los psicofármacos para «no sentir», porque lejos de ayudar puede contribuir a cronificar el duelo.
21.8.- Agradece las pequeñas cosas. Es necesario valorar las cosas buenas que seguimos encontrando en nuestra vida en esta situación de catástrofe. Sobre todo, algunos vínculos que permanecen (familiares, amigos, pareja, sacerdote, terapeutas), aceptadores de mi confusión, de mi dolor, de mis dudas y seguramente de mis momentos más oscuros. Para cada persona lo que hay que agradecer es diferente: seguridad, contención, presencia y hasta silencio.
21.9.- Anímate a pedir ayuda.
21.10.-Procura ser paciente con los demás.
21.11.- Mucho descanso, algo de disfrute y una pizca de diversión. Recuerda que hasta el ser querido que no está querría lo mejor para vos. Los malos momentos vienen por sí solos, pero es voluntaria la construcción de buenos momentos. Empieza por saber con certeza que hay una vida después de una pérdida, préstale atención a las señales y oportunidades a tu alrededor. No las uses si no tienes ganas, pero no dejes de registrarlas.
21.12.- Confía en tus recursos para salir adelante. Acuérdate de cómo resolviste anteriores situaciones difíciles de tu vida. Si quieres sanar tu herida, si no quieres cargar tu mochila con el peso muerto de lo perdido, no basta pues con esperar a que todo se pase o con seguir viviendo como si nada hubiera pasado. Necesitas dar algunos pasos difíciles para recuperarte. NO existen atajos en el camino de las lágrimas.Vas a vivir momentos duros y emociones displacenteras intensas en un momento en el que estás muy vulnerable. NO te exijas demasiado. Respeta tu propio ritmo de curación: estás en condiciones de afrontar lo que sigue, porque si estás en el camino, lo peor ya ha pasado. Confía en ti por encima de todas las dificultades, no te defraudarás. El pensamiento positivo te transforma siempre en tu propio entrenador.
21.13.- Acepta lo irreversible de la pérdida. Aunque sea la cosa más difícil que has hecho en toda tu vida, ahora tienes que aceptar esta dura realidad: estás en el camino de las lágrimas y no hay retorno. Pensar que desde el cielo el otro está y me cuida es un excelente aliado, pero esto no quita la desaparición física. Necesito hacer el duelo. Las dos cosas son necesarias: el cielo y la tierra.
21.14.- Elaborar un duelo no es olvidar. Es recordarlo con ternura y sentir que el tiempo que compartiste con él o con ella fue un gran regalo. Es entender con el corazón en la mano que el amor no se acaba con la muerte.
21.15.- Aprende a vivir de «nuevo»..
21.16.- Céntrate en la vida y en los vivos.
21.17.- Definí tu postura frente a la muerte.
21.18.- Vuelve a tu fe.
21.19.- Busca las puertas abiertas.
21.20.-Cuando tengas una buena parte del camino ya recorrida háblales a otros sobre tu experiencia. No minimices la pérdida, ni menosprecies tu camino. Contar lo que aprendiste en tu experiencia es la mejor ayuda para sanar a otros haciéndoles más fácil su propio recorrido, e increíblemente facilita tu propio rumbo. Es la historia del que tira piedras de una bolsa en la noche, en la orilla, y por la mañana ve que la última que queda es de oro: ojalá podamos ser sabios para no llorar por aquellas piedras que quizá desprevenidamente desperdiciamos, por aquellas cosas que el mar se llevó y tapó y podamos, de verdad, prepararnos para ver el brillo de las piedras que tenemos y disfrutar en el presente eterno de cada una de ellas.
Hemos de vivir sin miedo, sabiéndonos parte de la familia de Dios, que Cristo formó en su Iglesia, y que nos llamará en el momento más oportuno, como el jardinero corta las flores de su jardín cuando están más bellas. Dios, nuestro Padre, no actúa con sus hijos como un cazador furtivo que mata a sus presas cuando están desprevenidas, sino, que es un jardinero que recoge las flores y los frutos cuando están en su mejor momento, cuando están en sazón. Así ha actuado con quien encontramos a faltar, con quien sufrimos su ausencia…. Después de una vida, llena de frutos y de bien, la ha llamado a un descanso de gozo y alegría. Aunque cueste la separación, Dios sabe más. Ha sido para todos -difunto, familiares y amigos- lo mejor. Aceptemos y acatemos sus santos designios. A la vez pedimos y hacemos sufragios por su alma, para que goce de la visión beatífica y el Señor le colme de dichas. Es el mejor recuerdo que podemos tener y la mayor ayuda, ofrecer por su alma el sacrificio de Jesús. Acudimos a la Santísima Virgen que como Madre Dolorosa acompañó a Jesús en el momento de su muerte, para que tenga también piedad de este su hijo y hermano nuestro y le recoja en sus brazos. También acudimos a S. José, el patrono de la buena muerte. Ninguna criatura ha muerto tan bien acompañada como el Santo Patriarca. En aquel momento estaban con él Jesús y María. Le rogamos que interceda ante su Hijo por esta persona que llevamos en el corazón… y goce de la felicidad sin término.