«Me da lástima de esta gente» (El amor no se define por la lástima, sino por la admiración…)

«Me da lástima de esta gente»

(El amor no se define por la lástima, sino por la admiración…)

 Sólo Dios puede decir con verdad estas palabras, porque sólo él admira suficientemente a nuestra tierra. Sólo él puede conocer lo que esa frase significa (…)

La gente comió hasta quedar satisfecha  (Marcos 8, 1-10).

 Por aquellos días, hallándose rodeado de una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamó a los discípulos”… La escena que se contará es una «segunda multiplicación de los panes». Pero aquí todos los detalles son empleados por Marcos para mostrarnos que la «mesa de Jesús» está abierta a todos, incluidos los paganos. . Si la primera fue en territorio judío para judíos, ahora estamos en pleno territorio de la Decápolis. En la primera se nos dice que Jesús «bendijo» los panes, término familiar a los judíos («eu-logein» en griego), aquí Jesús «da gracias», término familiar a los paganos («eu-caristein» en griego).

El evangelio de ayer era un anuncio del bautismo. El de hoy nos orienta hacia la Eucaristía. Jesús está siempre presente, con los mismos gestos.

 -“Dando gracias, los partió”… Es una comida «de acción de gracias» -eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de Marcos se reconocían… el rito esencial de su comunidad era la «cena del Señor». ¿Qué es la misa para mí, hoy? (Noel Quesson).

 Jesús no quiere un liderazgo, por desgracia había mucho farsante entonces, como Flavio Josefo, por ejemplo, escribe: «Había individuos falaces e impostores que bajo la apariencia de una inspiración divina promovían revueltas y agitaciones, inducían a la gente a realizar actos de fanatismo religioso y la llevaban al desierto, como si Dios tuviera que mostrarles allí los signos de su inminente libertad» (De bello judaico 2, 259). Bajo esta luz adquiere especial importancia la indicación de que Jesús «obligó» a los discípulos a alejarse y de que él, después de haber despedido a la gente, se retiró a rezar a la montaña (6, 46). Jesús no quiere fomentar las esperanzas de la gente (que expresan la misma tentación con que se enfrentó en el desierto), sino que se aleja de ellas, encontrando en la oración la claridad de su camino mesiánico hacia la cruz y el ánimo para recorrerlo (Bruno Maggioni).

 «Me da lástima de esta gente«, dice Jesús. Hermanos, nuestro Dios es un Dios compasivo. ¡No nos engañemos! El amor que se hace piedad y compasión tiene una fuerza que no es la de nuestras compasiones humanas, ni tampoco la de esas compasiones impotentes que suscitan el sarcasmo de nuestros contemporáneos. El amor no se define por la lástima, sino por la admiración. Cuando Dios dice: «me da lástima», no hay en él ninguna condescendencia, ninguna afectación intolerable, sino, más bien, esta revelación inaudita: Dios es un enamorado. «¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Is 49,15). Dios está apasionado, Dios está loco. Como un enamorado, porque ama, lo deja todo: su tranquilidad, su reputación, su renombre.

¿Qué puede ver de bueno en nosotros? ¿Cómo puede hacer de nuestra tierra agotada, ingrata, pervertida o sublevada el objeto de semejante amor? ¿Qué pudo obligar al Hijo a tomar la cruz? «Me da lástima esta gente». Y Dios rompe su propio cuerpo, para saciar con él a esta tierra que ni siquiera conoce el hambre que padece.

Dios se tiende sobre el leño del Gólgota, para así levantar a una humanidad que aún no ha llegado a ver agotado su deseo. «Me da lástima de esta gente». Sólo Dios puede decir con verdad estas palabras, porque sólo él admira suficientemente a nuestra tierra.

Sólo él puede conocer lo que esa frase significa, porque sólo él conoce al hombre tal y como lo soñaba él al atardecer del día sexto. Sólo Dios puede repetirla sin condescendencia, porque sólo él puede hacer lo necesario para que se convierta en realidad aquel sueño olvidado. «Me da lástima de esta gente». Sólo Dios tiene derecho a pronunciar estas palabras, por haber pagado un alto precio para que la lástima se trocara en purificación. «Tomad y comed: esto es mi cuerpo entregado por vosotros y por todos los hombres» (Dios cada día, Sal terrae).

Llucia Pou Sabaté

 

 

 


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