La pérdida más grave, la definitiva, es la muerte: he dedicado a este tema otro escrito, que al principio llaméVida más allá de la muerte, pero después lo integré dentro de un libro más amplio con el título Esperanza y salvación, porque no vivimos pensando en el cielo sino que ya estamos aquí viviendo en esperanza esa Vida que luego gozaremos, la salvación comienza con ese amor que compartimos en el Señor. Pero, de todas formas, nos impacta cuando llega esa realidad, el trance definitivo, la debilidad e impotencia que sentimos cuando alguien ha muerto, ante el despojo de un difunto, un cadáver a quien quisiéramos dar vida y no podemos, el realismo de ese momento sin trampa nos deja consternados.
Los parientes, amigos, familiares y la comunidad cristiana: un clima muy complejo. El cuerpo del muerto genera preguntas, cuestiones insoportables. Nos enfrenta ante el sentido de la vida y de todo, causa un dolor agudo ante la separación y el aniquilamiento. Mirar un cadáver es algo terrible. A mí me gusta rezar ante el difunto, pero entiendo a mis amigos cuando dicen que al morir no quieren ser vistos. A mí tampoco me gustan esas colas de gente que va a ver a alguien cuando ha muerto, cuando podían haberlo visitado antes, mientras estaba enfermo, y dicen cosas muy “sentidas”, y sueltan lágrimas de cocodrilo… Corre por Internet un hermoso poema, que se titula Ahora que estoy vivo:
“Prefiero que compartas conmigo unos minutos, ahora que estoy vivo y no una noche entera, cuando yo muera.
Prefiero que estreches suavemente mi mano ahora que estoy vivo, y no que apoyes tu cuerpo sobre mi cadáver, cuando yo muera.
Prefiero que me hagas una breve llamada ahora que estoy vivo y no que emprendas un inesperado viaje, cuando yo muera.
Prefiero que me regales una sola flor, ahora que estoy vivo, y no que envíes un hermoso ramo, cuando yo muera.
Prefiero que eleves por mí una corta oración, ahora que estoy vivo (además de) una eucaristía cantada y concelebrada, cuando yo muera.
Prefiero que me digas unas palabras de aliento ahora que estoy vivo, y no un desgarrador poema, cuando yo muera.
Prefiero que me escribas unas cortas palabras, ahora que estoy vivo, y no un poético epitafio sobre mi tumba, cuando yo muera.
Prefiero disfrutar de los más mínimos detalles tuyos, ahora que estoy vivo, y no de grandes manifestaciones de pesar, cuando yo muera.
¡La vida nos da la hermosa posibilidad de demostrar nuestros afectos a los seres amados, no la desaprovechemos!”
Ese ser querido, del que tantos recuerdos tienes, que cuando te enfadabas con él pensabas que a pesar de todo si se muriera lo sentirías, que entrelazó su vida con la nuestra, ahora hay que enterrarlo. Y después del funeral, en Granada se llevaba al cortejo fúnebre por el paseo más bonito de la ciudad, a los pies de la Alhambra, al lado del río, camino al cementerio, por eso se llama así: el Paseo de los tristes, también lo dijo Becquer: “¡Qué solos y tristes se quedan los muertos!»