
Por qué el cariño y la ternura son hoy la forma más profunda de inteligencia humana
“Ah, si no fuera por la ternura que espera,
la ternura que exalta,
la ternura que nos cura cuando atemoriza la soledad.”
— Lluís Llach, “Tendresa”
Vivimos rodeados de ruido, de opiniones y de prisa.
El mundo parece haber confundido la firmeza con la dureza y la claridad con la frialdad. Sin embargo, en medio de tanta velocidad, la necesidad más profunda del ser humano sigue siendo la misma: el cariño.
Lluís Llach lo expresó con una lucidez que no envejece: sin ternura, ningún logro nos salva del vacío.
💗 1. La ternura: un arte olvidado
La ternura no es blandura ni sentimentalismo.
Es un modo de mirar: el que ve al otro no como obstáculo, sino como hermano.
Simone Weil decía que “la atención es la forma más rara y más pura de generosidad”; la ternura es esa atención encarnada.
En un mundo que mide el valor por la productividad, la ternura nos recuerda que la verdadera inteligencia es saber cuidar.
Cuidar los vínculos, los silencios, los gestos, los matices.
Cuidar el alma de quien tenemos delante.
🌿 2. El poder sanador del cariño
Hay heridas que no se curan con medicinas, sino con cercanía.
Un sacerdote contaba: “Las depresiones se curan con cariño.”
Y tenía razón: a veces basta con alguien que escuche sin juzgar, que ofrezca una sonrisa o un abrazo sincero.
San Josemaría Escrivá lo escribió con claridad:
“No hay nada que arrastre tanto como el cariño.”
Ni la autoridad ni la razón cambian los corazones: los transforma el afecto.
Santa Teresa, con su humor y su sabiduría, pedía: “Líbranos, Señor, de santos encapotados.”
Porque la alegría —la ternura visible— es la forma más persuasiva de santidad.
🌍 3. La ternura como resistencia
En tiempos de crispación, la ternura es una forma de valentía.
El Papa Francisco lo repite: “La ternura es la fuerza de los que no tienen miedo de amar.”
Y Llach lo canta desde la herida y la esperanza: “Rechazo un mundo que llora tantas penas… pero de repente llega la ternura.”
Cuando el odio parece ocuparlo todo, la ternura se convierte en un acto de resistencia humana.
No grita, no impone, no responde con violencia: espera, comprende y cura.
✨ 4. La ternura que educa
En el aula, en la familia, en la empresa o en la fe, la ternura es el alma de toda pedagogía.
No podemos educar desde la frialdad ni guiar sin empatía.
Educar —lo sabes bien si enseñas, acompañas o lideras— es siempre un acto de amor paciente.
La ternura hace posible el aprendizaje, porque abre el corazón antes que la mente.
Solo quien se siente querido se atreve a cambiar, a crecer, a arriesgarse.
Por eso el cariño no es un complemento: es el clima del aprendizaje y de la vida compartida.
🌸 5. La ternura que espera
La ternura es también una forma de esperanza.
Es creer que, a pesar de todo, el ser humano puede volver a la bondad.
Es cuidar el fuego pequeño cuando todo parece oscuro.
“El mundo que vivo no lo siento mío —decía Llach—,
pero de repente llega… la ternura.”
Y cuando llega, el mundo cambia: no porque desaparezca el dolor,
sino porque aparece alguien que lo hace soportable.
💬 Epílogo
La ternura no se enseña: se contagia.
Y quizá por eso hoy sea tan urgente: porque el mundo está cansado de gritos y necesita gestos que abracen.
Ser prudentes, decía Aristóteles, era saber actuar con recta razón;
ser tiernos, podríamos decir hoy, es saber actuar con recto corazón.
En un tiempo de palabras agresivas y corazones blindados, la ternura es revolución silenciosa:
la de los que curan el miedo con bondad, la soledad con compañía, la distancia con una sonrisa.
🕊️ “El frágil arte de la ternura” —lo llamó Llach—.
Y quizá sea eso lo que nos salva de convertirnos en máquinas:
recordar que la humanidad empieza donde alguien cuida de otro.