Una lectura actual de Eugénie Grandet revela cómo Balzac retrató la depresión, la avaricia y la soledad como formas de pobreza interior.

Eugénie Grandet: cuando tenerlo todo es no tener nada
Hay personas que tienen tan poco que lo único que poseen es dinero. Esta frase, que suena a crítica moderna, encuentra en Eugénie Grandet de Balzac una forma literaria perfecta.
El protagonista, Grandet, es un hombre poseído por su oro. Lo guarda, lo vigila, lo multiplica… pero no lo comparte. Ha cambiado el calor humano por el frío del metal. Su casa —gris, húmeda, cerrada— es el espejo de su alma. No hay ternura. No hay fe. Solo cálculo.
Balzac, que soñó con la riqueza y el prestigio, escribió aquí su propia advertencia: el dinero sin afecto no salva. El tío de Charles, que se suicida al perder su fortuna, lo encarna aún con más dramatismo. Cuando tu identidad depende de tu cuenta bancaria, cualquier caída se vuelve abismo.
Esta novela es más que un relato del siglo XIX: es un espejo de nuestros tiempos. Habla del empobrecimiento emocional, de la depresión camuflada bajo el éxito, de la soledad que se esconde en casas llenas de cosas y vacías de abrazos.
Eugénie, la hija, hereda la fortuna… y también la tristeza. Una tristeza que no viene del azar, sino de haber vivido donde el amor no tenía cabida. Balzac no nos da respuestas, pero nos deja preguntas urgentes:
¿Qué estamos acumulando?
¿A qué precio?
¿Quiénes se sientan en nuestra mesa?
Porque al final, lo que no se da… se pierde.