
Conocí a una persona que decía que el sentido de su vida era disfrutar… y hacerse rico. Cuando no lo logró, cayó en una tristeza profunda. Su frase fue: “Si no tengo éxito, ¿qué valor tengo?”
Y ahí está el problema. Muchas veces vinculamos nuestra autoestima a condiciones externas, como el dinero, la imagen o el reconocimiento. Pero eso es una trampa. Porque cuando esas condiciones fallan —y siempre fallan en algún momento—, nos derrumbamos por dentro.
Freud decía que cuando una persona deprimida se ve inútil, es porque está viendo la realidad tal como es. Pero eso es un error grave. La mente deprimida no es objetiva: distorsiona. Cree que todo lo malo es verdad, y todo lo bueno es suerte o mentira.
Por eso personas como Marilyn Monroe, Robin Williams, Virginia Woolf o Van Gogh —que tenían amor, admiración, talento— no pudieron sostenerse. Les faltaba el valor interior, el que no depende de nada.
Ese es el tipo de autoestima que necesitamos cultivar. No una que diga “valgo si…”, sino una que afirme “valgo porque soy”.