Domingo de la semana 1 de Cuaresma (ciclo C): Las tentaciones de Jesús son el resumen de todos los males, y nos enseña cómo combatirlos y salir vencedores.
«En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: -«Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: -“Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”. Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: -“Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.” Jesús le contestó: -“Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”. Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Jesús le contestó: -Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión» (Lucas 4,1-13).
1. Jesús, después del Bautismo, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
a) Entonces el diablo le dijo: -“Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Es la primera tentación: las cosas materiales, la concupiscencia de la carne, la ley del gusto. Si tenemos presentes los siete pecados capitales aquí cabrían tres: la lujuria, la gula y la pereza. El cuerpo se cuida y se viste, como hicieron Adán y Eva, y cuando ya crecen las personas se preparan para casarse. La tele o los amigos enseñan o hablan del sexo sin amor, pero sobre eso los hijos es mejor que pregunten sobre esto a los padres, ellos les ayudan a entender lo que sienten. Se trata de la moderación de las ansias de comerse un pastel, y educar esa necesidad de hacer nuestro capricho… y no dejarse llevar por la pereza, que es tristeza, y todo esto luego conlleva falta de entusiasmo, falta de alegría, falta de amor. La tristeza va unida al egoísmo muchas veces, es lo que queda tras haber quemado el fuego del egoísmo de pensar en uno mismo, cuanto no queda nada, la escoria, lo que más brilla.
Jesús contesta: “no solo de pan vive el hombre”. La solución para todas esas fuerzas, es la oración. Con la oración, recibimos las vitaminas, la fuerza de la fe.
b) Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: – «Te daré el poder y la gloria de todo eso… Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». La concupiscencia de los ojos, el tenerlo todo, el desear, esta especie de “cosa que veo, cosa que quiero”. Y ante esta concupiscencia, que serían los pecados de avaricia y de envidia, que es querer tener o desear el mundo del otro, o tener tristeza por el bien del otro…, es una cosa muy mala porque la persona tiene una especie de inquietud por el que tiene el otro. Vive más pensando en el otro que en un mismo y no tiene la libertad de vivir la vida propia; vive sólo por el otro, por hacerle daño o por llorar porque el otro tiene más. Es también lo que S. Juan llama el mundo: El mundo, el demonio y la carne. Jesús le contestó: – «Está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto«.» No adorar cosas que no son Dios: la solución es la caridad, es darse, darse. Si antes vimos que la oración es la fe, aquí la virtud teologal que está reflejada es la caridad, tener detalles con los demás, que es la limosna, el segundo gran medio que Jesús nos dice para la cuaresma.
c) -La tercera tentación, es la más demoníaca, el orgullo: lo llevó a Jerusalén y lo puso en lo alto del templo y le dijo: – “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti»”… En las tres tentaciones, está en cuestión la interpretación de la palabra de Dios, que puede ser usada para fines humanos: la abundancia de cosas materiales en la primera, el sometimiento de la religión al interés personal en la segunda, y ahora le pone el demonio palabras de Dios para animarlo al ensalzamiento personal, hacer el chulo… la soberbia, sería el pecado o tendencia mala que nos falta junto con otra que es la ira: Jesús le contestó: – «Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios».» Es la gran tentación del orgullo, se debe vencer con la humildad, para no querer ser como dioses, sino obedecer, hacer sacrificios, el ayuno que es la tercera manera de vencer al mal, con la esperanza de que estos sacrificios y la cruz nos llevan al cielo. “Ayuno del yo”, con la esperanza del cielo, de una vida de amor, es la vitamina que necesitamos para vencer esta concupiscencia –la soberbia de la vida, donde se esconde el demonio-. No queremos ser Dios: es la tentación de pecado más grande.
Con las armas de la oración, sacrificios y amor a los demás, el demonio no puede nada, como un león atado, que si no nos acercamos no nos muerde… así nos entrenamos en esta cuaresma.
Los dos primeros domingos nos hablan de compartir la lucha y el triunfo de Cristo, los otros tres nos invitarán a la conversión y a la reconciliación: se trata de reconocer a Jesús y abrir nuestro corazón a su salvación, como hizo el buen ladrón, y Jesús le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». María, nuestra Madre Santísima, nos acompaña en este camino hacia la Pascua.
2. Dijo Moisés al pueblo: – «El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios”. Siguen consejos para que se ofrezcan a Dios todas las cosas. ¡Qué bonito empezar el día ofreciéndolo a Dios! Por ejemplo, persignándonos, mientras nos hacemos la señal de la cruz en la frente y diciendo “todos los pensamientos” y luego en los labios” las palabras” y en el pecho “las obras todas de este día” y luego la señal de la cruz “yo te ofrezco este día, y la vida entera, por amor”. O cualquier otra oración. Abel, hijo de Adán y Eva, como era pastor, le ofrecía la mejor de sus ovejas, la más gorda y saludable. Caín, en cambio, era labrador, y le ofrecía lo peor de su cosecha: tomates podridos y manzanas picadas. Dios aceptaba la ofrenda de Abel, y por eso su humo subía derecho al Cielo, pero rechazaba la de Caín, cuyo humo se estancaba a ras de suelo.
En la Misa ponemos imaginariamente sobre el altar el fruto de nuestro trabajo; en la del Domingo, por ejemplo, ofrecemos a Dios el trabajo y el estudio y las tareas domésticas de toda la semana. Ahora bien, hay que trabajar bien, no podemos ofrecerle chapuzas. Y si hemos trabajado mal, al menos pediremos perdón con el propósito de rectificar. Oración: “Te ofrezco, Señor, mi trabajo / como ofrenda limpia y pura, / este esfuerzo de aquí abajo / hasta ti quiero que suba”.
Podemos seguir rezando con el salmo: “Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.»
No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.
Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones”.
«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré»”
3. Es una llamada a la esperanza la lectura de san Pablo: el que cree en él no quedará confundido, el que invoca el nombre del Señor se salvará: «si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás«. Cristo ocupa el lugar salvífico que tenía la Ley en la Antigua Alianza.
– «Nadie que cree en él quedará defraudado«. No queremos sentirnos salvados por nuestros méritos, sino por la misericordia divina. Fomentemos la esperanza, al paso que pedimos a Dios perdón de nuestros pecados, con dolor de amor. El pecado mortal es el mal de verdad, lo que mancha el mundo, lo que le duele a Dios, lo que nos hace daño. Pero así como el que tiene un grano y no pasa nada, pero si le aparecen cientos… queremos evitar todo mal.
El Catecismo indica el sentido positivo de las tentaciones, para nuestro crecimiento, pues «el Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior en orden a una «virtud probada», y la tentación que conduce al pecado y a la muerte. También debemos distinguir entre «ser tentado» y «consentir» en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es «bueno, seductor a la vista, deseable», mientras que, en realidad, su fruto es la muerte» (2847). En el Padrenuestro pedimos no caer en tentación, pues esa en sí no es mala, sino el poner la voluntad en lo malo. ¿Me duelen de verdad los pecados veniales? Quiero yo también profesar con mi vida que tú eres mi Señor, Jesús, proclamar tu perdón por tu Pasión y Resurrección, y sentirme en tus manos y protegerme con tus méritos, para entrar en tu vida divina, con la ayuda de la Virgen, Madre de Dios y Madre mía.
Llucià Pou Sabaté