“Resilencia” es una palabra nueva en psicología, es la capacidad de resistir ante las contrariedades y rehacerse, adaptarse a las situaciones sin romperse, para mantenerse, y luego volver a la situación estable, óptima. Las personas tienen la posibilidad de sobreponerse a las crisis, y construir positivamente sobre ellas, aprovecharlas para hacer palanca sobre lo positivo que hay en algo malo, y moverlo. La palabra, llamada también “resiliencia”, se aplicaba hasta hace poco a los cuerpos físicos como metales, para indicar la cualidad por la que se doblaban sin romperse y volvían a la situación original. Es la cualidad de las personas para resistir y rehacerse ante situaciones traumáticas o de pérdida. “La resiliencia se ha definido como la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves” (Héctor Lamas).
Esto, como se ve, tiene interés para explicar cómo hay que resistir y hacer frente a las adversidades de la vida, desgracias de todo tipo, sin rompernos, “pues aunque nos doblemos al principio, después somos capaces de asumir los traumas padecidos y desarrollar recursos internos latentes de los que ni siquiera éramos conscientes (…) el mismo hecho desolador (una pérdida traumática y repentina de un ser querido, el diagnóstico de una enfermedad grave, un terrible revés económico) a unos les afecta de tal manera que no logran reponerse en meses y en años y les sume en una profunda depresión, llevándoles al abandono de sí mismos y al deterioro físico y psíquico, mientras que otros, pasados los primeros días, todo lo superan y no quedan afectados. Es más, algunos se sienten fortalecidos tras la superación del trauma y afirman que les ha servido como lección y experiencia práctica de cara al futuro” (Bernabé Tierno). Lo que influye no son tanto los hechos objetivos, sino la interpretación que sobre ellos se hace. En el estudio llevado a cabo por Fredrickson y colaboradores a partir de los atentados de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, se encontró que la relación entre resiliencia y ajuste tras los atentados estaba mediada por la experimentación de emociones positivas. Así, se afirma que las emociones positivas protegerían a las personas contra la depresión e impulsarían su ajuste funcional. De hecho, se ha sugerido que la experimentación recurrente de emociones positivas puede ayudar a las personas a desarrollar la resiliencia. Por otro lado, parece ser que la experimentación y expresión de emociones positivas elicitan a su vez emociones positivas en los demás, de forma que las redes de apoyo social se ven fortalecidas.
Las emociones son tendencias de respuestas, con un gran valor adaptativo y que se presentan con manifestaciones fisiológicas, la más clara en la expresión del rostro. Son consecuencia de la experiencia subjetiva ante los hechos, es decir del procesamiento y evaluación de la información recibida. La tendencia a la tristeza no es algo inhumano, y por tanto no hay que obviarlo, pues así como el dolor es la respuesta a un mal físico, o el remordimiento, un síntoma de un mal moral, así también cuando el cuerpo no puede hacer frente a un dolor excesivo se desmaya, o el alma se deprime. Por eso la psicología positiva está bien, pero no cuando quiere rechazar toda tristeza, pues también tiene un sentido en la vida mientras no sea excesiva, mientras no esté “averiado” este mecanismo, y sea algo enfermizo. La huida de la realidad es una solución pasajera, que tiene diversas formas: una es no pensar en el trauma, y esto lo letarga en el tiempo, otras huidas son químicas (sexo, alcohol, drogas…). Para llegar a la solución, la forma de intervención no ha de ser la huida sino enfrentar al sufriente con su dolor, en cuanto le sea posible es decir cuando tenga los medios para poder superar aquello. Es cierto que si alguien no tiene medios para pensar, mejor que no piense y se dedique a leer novelas, a pasear o viajar, pues quien no tiene resortes para resolver un problema que no se lo plantee. De todas formas, mejor es darle recursos para poder resolverlos, cuanto antes. Si bien es cierto que los traumas considerables nos hacen más vulnerables a infecciones, enfermedades cardiovasculares, estrés y depresiones, también lo es que una actitud de capacidad de encajar estos golpes hará que como las abejas extraen miel del tomillo, las personas sensibles suelen sacar ventajas y provecho de las circunstancias más adversas. A la larga, transforman las dificultades en oportunidades. Esta capacidad de transformar la crisis en maduración personal hace que la persona adquiera libertad personal y ya no dependa de las circunstancias, sino que sean las que sean, también en las experiencias de su infancia, etc., la persona se erige en arquitecto de su propio destino. En el fondo, es su vocación, un ser “en construcción”, abierto a autodeterminarse. Su optimismo vital les hace crecer ante el desafío, cuando otros se achican y pierden el equilibrio interior: de los limones (amarguras de la vida) saben hacer limonada, están abiertos a la esperanza. La resiliencia no es absoluta ni se adquiere de una vez para siempre, es una capacidad que resulta de un proceso dinámico y evolutivo, que varía según las circunstancias: se sitúa en este contexto de psicología positiva; pero, si uno tiene fe, sabe que Dios nos ama y que no permitiría nada malo, si no sabe sacar de aquello algo mejor, que todo es para bien, en el sentido de que Dios reconduce todo hacia nuestro bien. Entonces, al saber que lo mejor siempre está por llegar, se puede luchar de manera mucho más profunda en este sentido positivo de la vida, y concretarlo en el aprendizaje de la resilencia.