¿Existe la iluminación? Reflexión sobre un misterio interior

La iluminación está ya dentro de nosotros, solo debemos aprender a descubrirla…

Hace poco leía a Manuel López Casquete afirmar que la iluminación es un invento del ego, un objetivo frustrado porque muchas veces se busca como un trofeo espiritual, algo que “me haga especial”, alimentando precisamente lo que pretendemos trascender: el yo.

Y no le falta razón. Hay quienes convierten el camino espiritual en una carrera por conseguir experiencias místicas, visiones o estados extraordinarios. La verdadera iluminación no es un logro del ego, sino un regalo que se recibe con humildad.

Pero también pienso —y aquí nace el diálogo con sus palabras— que a veces los que no entienden algo dicen que no existe. Y estoy convencido de que sí existe una forma genuina de iluminación, especialmente en los sencillos de corazón. Jesús lo decía claramente:

“Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos, y se las has revelado a los sencillos.” (Mt 11,25)

No se trata de luces sobrenaturales ni de grandes revelaciones, sino de una claridad interior que permite ver la vida con otros ojos: con paz, confianza y amor. Es luz para reconocer lo esencial y vivirlo con coherencia y alegría.

Curiosamente, el propio López Casquete matiza después que todos tenemos dentro esa iluminación, que no hay unos privilegiados. Y aquí creo que podemos reconciliar las dos visiones:

  • No es un privilegio reservado a unos pocos elegidos.
  • No es un trofeo del ego.
  • Es una semilla que todos llevamos dentro, y que se manifiesta en la medida en que vivimos con sencillez, autenticidad y apertura al misterio.

Por eso, sí existe la iluminación, pero no como una meta que alcanzamos por mérito propio, sino como un despertar a lo que siempre estuvo ahí, esperándonos.

Y es cierto que a veces necesitamos ayuda para descubrirla. Un maestro, un guía espiritual, un coach o simplemente alguien que haya recorrido ese camino puede ser clave para orientarnos, sin imponernos nada, sino enseñándonos a mirar hacia dentro. Porque el auténtico maestro no te da la luz: te ayuda a encenderla dentro de ti.


Reflexión final:

Quizá la verdadera iluminación sea simplemente darse cuenta de que Dios, o la Verdad, o la Vida —como quieras llamarlo— está mucho más cerca de lo que creemos, en lo más profundo de nuestro ser, esperando a que le abramos la puerta.

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