«Mientras ellos no salgan a buscar a Dios, por mucho que le llamen, no le encontrarán» – San Juan de la Cruz

El llamado Divino y nuestra respuesta
En el Evangelio de Juan encontramos una escena que resume perfectamente la dinámica de nuestra vida espiritual: Jesús se acerca al paralítico junto a la piscina de Betesda y le pregunta: «¿Quieres quedar sano?» Esta pregunta, que podría parecer obvia, encierra en realidad toda la profundidad del llamado divino.
El Señor está siempre dispuesto a escucharnos y a darnos lo que necesitamos en cada situación. Como observa San Juan Crisóstomo, no pregunta por ignorancia, sino para manifestar la paciencia de aquel hombre que durante treinta y ocho años no cesó de esperar su curación. Pero su bondad, que supera siempre nuestros cálculos, requiere nuestra correspondencia personal: nuestro genuino deseo de salir de la situación que nos limita.
La paciencia en el crecimiento espiritual
San Francisco de Sales nos recuerda una verdad fundamental: «Hay que sufrir con paciencia los retrasos en nuestra perfección, haciendo siempre lo que podamos por adelantar y con buen ánimo.» La vida espiritual no es una carrera de velocidad, sino de resistencia.
En las batallas del alma, la estrategia muchas veces es cuestión de tiempo y paciencia. Sufriremos derrotas y pasaremos por altibajos en nuestra vida interior, pero el Señor, que es omnipotente y misericordioso, nos ha dado los medios para vencer. Solo necesitamos emplearlos con la resolución de comenzar y recomenzar en cada momento.
El arte de recomenzar
No podemos conformarnos nunca con las deficiencias que nos separan de Dios y de los demás, excusándonos en que forman parte de nuestra manera de ser. En lo sobrenatural, nuestro amor al Señor no se manifiesta tanto en los éxitos que creemos haber alcanzado como en nuestra capacidad de comenzar de nuevo, de renovar la lucha interior.
Como nos enseña la experiencia espiritual: la vida interior consiste en comenzar y recomenzar cada día. Observaremos que sufrimos repetidamente pequeños reveses, que a veces nos parecen descomunales porque revelan una falta evidente de amor, entrega y espíritu de sacrificio. Pero debemos fomentar las ansias de reparación con contrición sincera, sin perder la paz.
La determinación heroica
Santa Teresa de Jesús nos da el ejemplo de la determinación que necesitamos: «Importa mucho y el todo… una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a la fuente de la vida, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere.»
Esta determinación exige una lucha constante, un saltar por encima del propio entendimiento y voluntad, una renuncia más ardua que el abandono de los bienes materiales más codiciados. Pero desde el momento en que empezamos a sentir disgusto de nosotros mismos, estamos ya en el principio de la unión con Dios.
El heroísmo de lo cotidiano
Del cristiano se espera heroísmo. No solo en grandes contiendas, sino en las pequeñas batallas de cada jornada. Cuando se lucha continuamente con amor, de este modo que parece insignificante, el Señor está siempre al lado de sus hijos como pastor amoroso.
Esta lucha del hijo de Dios no va unida a tristes renuncias o privaciones de alegría: es la reacción del enamorado que pone su pensamiento en la persona amada y por ella se enfrenta gustosamente con los diferentes problemas. Como Dios no pierde batallas, nosotros, con Él, nos llamaremos vencedores.
El apostolado: formar almas
San Juan Crisóstomo nos recuerda que, como los pintores que borran y retocan sus trazos para reproducir un bello rostro, nosotros, que tratamos de formar la imagen de un alma, no debemos dejar piedra por mover para sacarla perfecta. El apostolado requiere constancia, amabilidad y gracia.
La respuesta del paralítico
«Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.» La obediencia inmediata del paralítico nos enseña que cuando respondemos al llamado divino con fe, la transformación es instantánea.
Los que están pensando en el día de mañana corren el riesgo de olvidarse del día de hoy, que es el que debemos santificar. Lo que tenemos es lo de ahora: eso es lo que podemos convertir en oro o en estiércol, según nuestra voluntad, porque la gracia del Señor no nos faltará nunca si hacemos todo lo que está en nuestra mano.
El alma de la constancia
El alma de la constancia es el amor. No podemos ser como aquellos cristianos que, después de muchas batallas, se les acabó el esfuerzo cuando estaban a dos pasos de la fuente de agua viva.
Muchos enfermos y paralíticos del espíritu podrían decir: «No tengo a nadie que me ayude.» Pero pueden servir y deben servir. Que nunca nos quedemos indiferentes ante las almas que necesitan nuestra ayuda.
La intercesión de María
Acudimos a Santa María, que es la pureza inmaculada, con este consejo para quienes se sienten intranquilos en su lucha diaria: cuando todos los pecados de tu vida parezcan ponerse de pie, no desconfíes. Por el contrario, llama a tu Madre Santa María con fe y abandono de niño. Ella traerá el sosiego a tu alma.
La lucha interior no es opcional para el cristiano; es el camino ordinario hacia la santidad. Con paciencia, determinación y la ayuda de María, podemos estar seguros de que el Señor nos dará la gracia necesaria para perseverar hasta el final.