
Ojalá todas las personas pudieran vivir sin que el dinero fuera un problema.
No porque el dinero sea malo o irrelevante —es simplemente que, cuando por fin deja de ocupar el centro de nuestra vida, podemos empezar a mirar hacia las preguntas importantes.
Muchas personas creen que alcanzar la libertad financiera es la meta. Pero la verdad es que, si todo va bien, es solo el primer paso.
El dinero, ese gran protagonista de nuestras preocupaciones diarias, nos mantiene tan ocupados que rara vez tenemos el espacio mental necesario para preguntarnos cosas esenciales:
¿Cuál es mi propósito? ¿Cómo puedo servir mejor al mundo? ¿Qué me hace sentir en paz?
Hay quienes persiguen el dinero para llegar a fin de mes. Otros para alcanzar la jubilación. Otros para comprar lo que desean o cuidar de quienes aman. Y no hay nada de malo en eso.
Pero la vida es mucho más que sobrevivir.
Más que acumular.
Más que tachar metas financieras de una lista.
El problema es que el ajetreo constante, esa carrera sin descanso, no solo agota. También distrae.
Nos mantiene alejados de las preguntas difíciles.
De los “cajones cerrados” que evitamos abrir.
Y por eso muchos nos hacemos adictos a la velocidad.
Al drama.
A estar ocupados.
Quejarse del trabajo, de las facturas, de no llegar, muchas veces funciona como escudo: mientras estamos centrados en eso, no tenemos que mirar dentro.
Pero llega un día —a veces tarde, aunque nunca del todo— en que el dinero deja de ser la preocupación principal.
Y entonces ocurre algo curioso:
Empiezan a surgir preguntas nuevas.
Más incómodas. Más profundas. Más humanas.
¿Se pueden hacer estas preguntas sin haber resuelto antes el tema económico? Por supuesto que sí.
Pero seamos honestos: la mayoría no lo hace.
La urgencia del día a día lo impide.
Y la vida, mientras tanto, pasa.
Por eso, más que buscar dinero como fin, vale la pena verlo como medio.
Un medio para abrir tiempo, espacio y consciencia.
Para vivir de verdad.
Y si estás en el camino de mejorar tu relación con el dinero, de dejar de temerlo o de vivir en su ausencia, puede que sea hora de plantearte algo más grande:
¿Qué harías con tu vida si el dinero dejara de ser un problema?
Quizá la respuesta no sea inmediata. Pero hacerse la pregunta ya cambia el juego.