La importancia de la actitud

 

Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net

Con frecuencia nos dicen hoy que el secreto de tener paz es no dejar que nuestra vida gire alrededor de lo que pasa fuera, las circunstancias, sino que la realidad depende de la forma en que nos tomamos las cosas, de nuestra actitud. Todo depende de cómo nos tomamos las cosas, de la actitud, pero está claro que esto no es algo automático, pues muchas personas que quieren tener paz no dejan de tener cierta angustia, incluso podemos sentirnos como el que no sabe nadar y se encuentra “sin hacer pie” con la sensación de ahogo, en el mar de la vida, desencantados e inseguros, con pensamientos negativos que se amontonan en la cabeza en desorden… por la pérdida de trabajo o miedo a perderlo, miedo a perder la salud… Por tanto, no depende la actitud de algo automático que podemos controlar, sino de un trabajo interior que se basa en una comprensión, que nos mueve a desarrollar una “gimnasia” de evitar pensamientos contaminantes, y desarrollar actitudes positivas de acuerdo con esa nueva realidad que vamos conociendo. Vamos ahora a ver lo que podría ser la base de esta comprensión.

Precisamente cuando llega algo malo en nuestra actividad exterior, ahí es importante que no nos quedemos en la estacada pues en aquella contrariedad intuimos que hay algo más, tenemos una experiencia de que puede llegar a ser un cierto conocimiento vago por lo menos, algo aunque sea confuso, de que la nuestra vida está siendo sostenida por unas manos amorosas…1 Los que optan por la trascendencia oyen el eco de esa voz que lleva a zambullirse en la interioridad más íntima, de Alguien que nos ama. Esto hace que por encima de la soledad esté la compañía, el descubrimiento de una chispa divina en lo interior, “más interior a mí que lo más íntimo mío”2, y ese encuentro es siempre fecundo y es un tipo de comunicación único que desvanece toda soledad como la niebla con el sol. Esta bendita soledad interior es camino de la soledad a la comunión, y se pasa por un descubrimiento de cierta voz interior, que precisamente no nos cierra a nosotros mismos, sino que intuimos que hemos de tener confianza en alguna persona para recuperar en esos momentos la brújula interior, y saber para dónde ir en medio de un tornado. Pues si conquistamos esa paz interior, en medio del tornado podemos sentarnos tranquilamente en una silla mientras todo vuela a nuestro  alrededor.

En nuestra vida hay contrariedades, cada uno puede recordar aquello que le ha quitado la paz alguna vez. Ganar en la paz interior no es ser  invulnerables a las circunstancias exteriores, pero en medio de ellas tener paz. Para ello, necesitamos una comprensión, pues “cuando hay un por qué es muy fácil el cómo3 (frase de Nietzsche que ha usado mucho el psiquiatra Viktor Frankl). Eso sí, aparte de tener esa luz interior, necesitamos la confianza en ciertas personas podemos tener un contacto con la realidad, y no estaremos nunca neuróticos, no acabaremos “mal de la azotea”. Lo que digan los demás poco nos importa, que nos llamen locos si quieren, porque nos importa la opinión de esas personas que nos dan confianza. A mí personalmente no me han faltado esos amigos que me han sostenido, y pienso que se nos ha puesto en el camino esas personas oportunas, en el momento oportuno. Una vez existen esas personas ni siquiera hace falta ya verlas. Cuando hay un amigo, todo es soportable, más aún: útil para el crecimiento.

Cuentan los expertos que el primer año de la vida de una persona probablemente es el más influyente de su vida: sentirse mirado con amor le da seguridad, confiabilidad en la vida, y un desarrollo armónico y equilibrado. Lo he comprobado al ver la alegría de niños que sienten esa seguridad de sentirse amados. Pienso que lo que nos da paz interior es sentirnos seguros, sentirnos mirados con amor por alguien que nos cuida y que no va a fallarnos. Esa mano amorosa, invisible, no es fácil de percibir en ciertas formas de cultura actual. No me refiero ahora a una religión concreta, aunque sin duda nadie como Jesús nos habla de la filiación divina, de poder tener la osadía (parresia, en griego) de un niño pequeño que llama a Dios con el apelativo confiado abba, papá. Sentirse en las manos de Dios da una paz imperturbable pues nada malo nos puede pasar, todo tendrá un sentido, todo será para bien.

Este sentido de filiación divina no siempre se ha vivido. Por desgracia, a veces la religión ha sido fuente de obsesiones y escrúpulos para muchos, con la culpa continua de haber pecado y el remordimiento consiguiente, y el miedo a la condenación eterna. Son creencias obsesivas que van unidas a un control de las conciencias con pretextos religiosos. Cuando Jesús dice “la paz esté con vosotros” está precisamente dando la clave de lo que viene de Dios: si algo nos da paz, es de Dios, si no da paz aquello viene de una creencia falsa. “Dios tiene pensamientos de paz y no de aflicción” (Jeremías 29,11).

Jesús ha insistido siempre en el “no tengáis miedo”. Lo que está claro es que si nos sabemos cuidados por esa providencia divina, si sentimos esa mirada, tendremos paz. La clave está en abrir las puertas del corazón a esa mirada amorosa, sin temor porque estamos en buenas manos, se trata entonces de dejarnos guiar, como el niño que se deja conducir en bicicleta porque él se cae si lleva solo el manillar.

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1. Hablé de ello en https://es.catholic.net/op/articulos/822/cat/141/alegria-y-cruz-en-el-adolescente.html

2. S. Agustín, Confesiones , III, 6, 11.

3 .“Cuando uno tiene su propio ¿por qué? de la vida se aviene a casi todo ¿cómo?”: Nietzsche, Götzen-Dämmerung (Crepúsculo de los Ídolos), en la sección “Sprüche und Pfeile” (Sentencias y Flechas), §12 (tomado de https://blogdenotasnietzsche.wordpress.com/2010/02/04/quien-tiene-un-porque-para-vivir-encontrara-casi-siempre-el-como/).

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